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Entrevista

Mariángeles Pérez-Martín: "El testamento de la marquesa de Ràfol aún nos puede dar muchas sorpresas"

Doctora en Historia del Arte e investigadora

Pérez-Martín posa en el Museo de Bellas Artes ante el San Sebastián de Ribera, que la marquesa de Ràfol donó a la Academia. fernando bustamante

¿Cómo llegó a la investigación sobre las mujeres de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de València?

Un poco de forma casual: haciendo otro trabajo sobre Bárbara de Braganza consulté un libro de Román de la Calle y había un capítulo que hablaba de las ilustradas. Vi el nombre de varias académicas y fue algo que me sorprendió mucho porque nunca se había mencionado en clase ni nada por el estilo. Me puse a buscar bibliografía y encontré un artículo que me puso sobre el tema. Se citaba también a algunas académicas y planteé el tema para el trabajo final de máster. Resultó muy bien y decidí hacer la tesis sobre el tema. Ha sido una investigación muy de archivo, de rescatar cuestiones pequeñas como fechas de nacimiento o lugar de empadronamiento, que nos ayudan a configurar las historias de vida de estas mujeres. Entendía que era un hecho singular que en esa época, después del espíritu ilustrado y el debate de la educación, ellas quisieran tener esa visibilidad pública de tener un título.

¿Cuál era el perfil de estas mujeres?

El perfil que se traza es que son hijas, esposas y familiares de los que eran dirigentes en las academias o altos cargos políticos. La niña, dentro de la educación ilustrada, pintaba y en reconocimiento a la familia se le entregaba el título, que era simplemente un diploma porque ellas no podían estudiar en la Academia. Muchas sí participaron en juntas públicas, cuando se entregaban premios o se les entregaban los estatutos, que solo era información sobre el funcionamiento de la institución. Me propuse hacer un seguimiento y hacer una historia de vida de cada una de ellas, muy sucintamente de algunas porque apenas hay datos más que la carta que ellas escribieron a la Academia y la obra que presentaban. Siempre tenían que adjuntar una obra que la junta académica juzgaba y, si consideraban que era apta, le entregaban el diploma. Esos criterios dependían de la alcurnia y de quién fuera. Pero indagando vemos que no todas responden a ese perfil. Algunas no eran nobles.

¿Algún ejemplo?

Una a las que más cariño tengo es Segunda Martínez, que escribió un libro y tradujo otro. Tenía necesidades económicas porque estaba en un pleito con el estado por su marido que era militar. Eso le supuso un gasto y se tuvo que poner a trabajar. Pintaba y se anunciaba en prensa ofreciendo retratos. En su caso, se puede hablar de desarollo profesional.

¿Dónde se encuentran esas obras que presentaban a la Academia?

Se quedaron en la colección académica. Aquí solo había nueve dibujos y tres pasteles de las 40 académicas valencianas. Las que presentaban un cuadro, aunque fuera por amor propio, tenían cierta destreza. Tenían un interés por el arte considerable y conocimientos. Por ejemplo, la marquesa de Ràfol donó cuatro obras, dos que se conservan identificadas aquí: un San Sebastián de José de Ribera y un San Pedro Pascual de Espinosa. También hay un sinfín de anónimos. Probablemente, si investigamos, saldría alguno más. Me gustaría que alguna vez se hiciera un exposición sobre el tema.

¿Por qué se centró en el periodo de 1768 a 1849?

La Academia se fundó en 1768, cinco años después entró la primera mujer, Micaela Ferrer, en 1773 y el último nombramiento que he podido documentar es en 1841. En 1849 hay un cambio de estatutos decretado por ley. Varía la forma en la que se nombra a los académicos. Antes se enviaba la obra y la junta aprobaba o no el otorgar el título de académico. Ahora los académicos los proponen. No eres tú el que se presenta. Ahora se entrega más a un reconocimiento de trayectoria.

¿Qué papel tenían las mujeres en la Academia?

En las juntas de funcionamiento interno no hay constancia de que hubiera mujeres. Ellas buscaban más un reconocimiento para trabajar. Había una necesidad de retratos; había clases humildes que en esa época también querían sus retratos y se dio el auge de las exposiciones.

¿Había oposición a que fueran académicas?

No, pero si un trato condescendiente, un halago excesivo, que se ve tanto en las actas como en la prensa de la época. Para las academias era muy importante que hubiera personas nobles y de prestigio. Las academias se debatían en pugna con los gremios, que controlaban la formación artística.

¿Qué se sabe de Micaela Ferre, la primera académica?

Era maestra en la Casa de Enseñanza de València, una escuela de niñas y jóvenes en lo que era el edificio del Ayuntamiento. Tenía 19 años cuando obtuvo el título de académica supernumeraria en 1773, que era el de menor rango. Luego en 1776 presentó otra obra, un lienzo por el que le dieron el de mérito, que era el que tenían Vicente López o Goya. Sabemos que Vergara estaba pintando en ese momento la capilla de Santa Rosa de Lima en la Casa de Enseñanza. No sabemos si ella conoció a Vergara, pero sí que conocía su pintura porque la veía a diario. La casa funcionaba como un convento, iban a misa tres o cuatro veces al día. En esa escuela había dos niveles: para niñas pobres y nobles. Había clases de dibujo y aunque no consta que ella fuera profesora de dibujo, cuando murió los biógrafos reseñaron que se ganó la vida con el dibujo.

¿Qué tipo de temática pintaban las académicas?

Lo mismo que los hombres: copiaban estampas que era lo que hacían los académicos o reproducián una escayola del natural. Los que eran profesores en la Academia también lo eran en sus clases particulares, aunque no era una educación reglada. Siempre se ha dicho que las mujeres pintaban solo flores, pero las pintaban cuando todos pintaban flores.

Hace unas semanas participó en el congreso internacional «Los artistas como coleccionistas: modelos y variantes. Desde la Edad Moderna al siglo XIX», organizado por el Instituto Moll y la Fundación Universitaria Española. ¿Las académicas también eran coleccionistas?

Un ejemplo: la marquesa de Ràfol, académica, tenía títulos y propiedades. Se casó con Antonio Almunia, marqués de Ràfol d'Almùnia. Eran muy religiosos y no tenían hijos. Ella, antes de casarse, presentó un dibujo de un santo y le dieron el título. Años después, ya casada, su marido también fue académico de honor. Tenían una importante colección que aparece en prensa. La leyenda cuenta que Vicente López descubrió en València el San Sebastián de Ribera a modo de lienzo cubriendo un carro y lo restauró. Lo cierto es que fue la marquesa de Ràfol quien lo compró. Estaba en su casa y aparece en su testamento y cuando muere, siete años después que su marido, dona cuatro obras a la Academia. Dejó también obras a sus familiares porque era una rica propietaria. Su testamento lo he encontrado ahora y estoy trabajando en él. No había una colección como esta en València, fue un hito. También donó el San Pedro Pascual de Espinosa, una pintura importante de 1660. Tenía murillos, zurbaranes... Su testamento y su colección aún nos puede dar muchas sorpresas porque tiene mucho recorrido.

¿Qué curiosidades nos puede deparar?

Tenía 200 cuadros, esculturas, joyas... Se sabe que donó un cintillo de diamantes a la Virgen de los Desamparados para que se lo pusieran al Niño y de determinada manera. Si no iba a ser así, indicó que se devolviera o lo donaran.

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