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Entrevista

Carlos Goñi: "El éxito me convirtió en gilipollas, pero me di cuenta rápidamente y me bajé yo solo"

Líder de Revolver, discos como "Básico", "El Dorado" o "Calle Mayor" hicieron de él uno de los artistas más populares del panorama nacional

Carlos Goñi: "El éxito me convirtió en gilipollas, pero me di cuenta rápidamente y me bajé yo solo"

Aunque ahora vive en un pueblecito de la sierra de Madrid de no más de 150 habitantes, cada dos semanas vuelve a València, la ciudad en la que recaló a principios de los 80 «y que era un estercolero. Hemos tenido que pagar la fiesta, sí, pero ahora la ciudad es 70 millones de veces más bonita que entonces». Aquí Carlos Goñi (Madrid, 1961) inició una carrera musical que llega hasta nuestros días como uno de los mejores ejemplos en España de lo que es ser un clásico en esto del rock. Los próximos 28 y 29 de marzo Goñi celebra en el Palau de Les Arts los 30 años de su proyecto más longevo, Revolver.

¿Cuando uno revisa 30 años de carrera es porque está a gusto con ella o lo contrario?

Nunca vuelvo a escuchar mis discos pero para esta gira, en la que quería recuperar algunas canciones que no suelo tocar, sí que lo he hecho y me he dicho: joder, he hecho unas cuantas cosas ya. He publicado 20 discos, no he perdido el tiempo desde luego. Y además, siempre que he grabado un disco lo he hecho de manera que volver a él no me produjera rubor. Cada acorde, canción o concierto ha sido lo mejor que he hecho en ese momento.

¿Nunca ha hecho una canción de trámite o un concierto de mala gana?

Jamás, jamás. Ni siquiera un solo de guitarra. A mí me va la vida en la música y me provoca la felicidad extrema.

¿Se considera ya un clásico?

La primera vez que me llamaron eso, hace ya unos cuantos años, me sentó fatal. Pero con el tiempo te das cuenta de que ganarte la vitola de clásico no es tan fácil. Yo no me considero clásico pero mi música sí es clásica porque no me interesa la vanguardia.

La Habitación Roja canta que los clásicos serán siempre modernos. Se puede aferrar a eso...

No me aferro prácticamente a nada, más allá de a mi trabajo. Lo que ocurre con los clásicos es que el tiempo suele ser bastante más benévolo con ellos que con las vanguardias, que al año siguiente dejan de serlo. Y si una canción es buena, es buena siempre.

¿Todas sus canciones han envejecido bien?

Hay canciones mías que las toco ahora y suenan musculosas y con sentido. Y otras que no pasan el corte ni para atrás. Eso me pasa, por ejemplo, con algunas canciones de Comité Cisne.

¿Cómo se lleva con el Goñi de Comité Cisne?

Bien, porque allí aprendí muchas cosas. La primera, que no volvería a pertenecer a un grupo. Está muy bien tener éxito, pero es fantástico ser el único responsable de tus fracasos. Pero en Comité Cisne hicimos canciones fantásticas y con uno sonido que no tenía ni Dios, aunque pagamos ser vanguardia.

¿Ese pago determinó el estilo de rock clásico de Revolver?

En Comité Cisne éramos cuatro tipos a los que nos unía el amor brutal por el hard rock de los 70, por Bowie y Lou Reed. Y a los que separaba brutalmente el pop inglés de los 80, que yo lo detestaba pero que tenía mucho peso en nuestro sonido: Depeche Mode, Japan, Ultravox? Eso fue lo que nos separó. Y cuando decidí tomar las riendas de mi destinó me dediqué a hacer lo que me salía del corazón, porque no tenía nada que perder.

En la anterior gira comentaba que había salido de un «sótano horroroso». ¿Le sirvió la estancia para sacar canciones de allí?

Cualquier creador usa su arte como una catarsis personal. Siempre que seas honesto, vuelcas dramas, fracasos, despellejamientos y anhelos. Los sentimientos son como hilos de los que estiras para que salgan cosas. Luego está el talento de cada uno para hacer que eso tenga calidad o no.

¿Las canciones son una escapatoria o un espejo de su vida?

Hay un libro, que es mi vida, y después cada disco es un capítulo. Y hay capítulos que son más divertidos y otros más tristes. Y cuando todo se acabe, el libro se cerrará.

¿Se ha planteado la importancia que tienen esos capítulos en las vidas de otras personas?

Pues me esfuerzo para no tomar conciencia de ello porque me permite tener los pies en el suelo y tratar a todo el mundo de tú a tú. Pero me han ocurrido cosas que a cualquiera le daría sentido a su vida. Personas que están a punto de morir y que lo último que piden es verte, y que cojas un avión, cantes para él al lado de su cama y al día siguiente muera. Y que la familia te diga gracias porque se ha ido feliz.

¿Alguna vez el éxito le hizo perder el contacto con la realidad?

Con la realidad no, pero convertirme en gilipollas, sí. Pero rápidamente me di cuenta y me bajé yo solo de eso. Sí te digo que tres veces consecutivas en mi vida me metí 220 conciertos en un año y un disco, y eso no es barato. Te pasa factura sí o sí y a mí me la pasó.

¿Cómo se quita uno mismo la gilipollez?

Me largué seis meses a Francia y otros seis a San Francisco. Y volví completamente distinto. La vida te va dando toques de atención. En agosto hará siete años también que se me desmontó la vida de forma radical, o la desmonté yo, llámale como quieras. Pasé 5 o 6 años en una especie de montaña rusa, aunque siempre he usado eso para mi trabajo. Y hace un año y medio me largué a Ermua, a un hotelito, sin mi guitarra, para volcar la mochila y quedarme solo con mis culpas.

¿Y ahora cómo está?

Estoy extraordinariamente feliz, y se me nota desde bajo del escenario. Y ha habido momentos en los que se me notaba que estaba jodido, pero porque no lo oculto. Yo vi una vez a Willy DeVille, que él estaba fatal y el concierto fue para cortarse las venas. Y luego lo vi otra vez, en Arena, que vino con su novia nueva, y cantó todo el concierto feliz y mirando el palco en el que estaba ella. Doy gracias por haber visto a ese hombre en esas dos circunstancias distintas, porque sé que estaba viendo dos conciertos muy especiales.

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