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Pioneras en el toreo

Juanita Cruz y Ángela Hernández eliminaron las leyes que impedían torear a las mujeres

Pioneras en el toreo

La relación del toro y la mujer tiene su raíz en las antiguas tradiciones mediterráneas. Un ejemplo de ese peso en la historia es «El Rapto de Europa», en el que aparece el toro como elemento de culto y la mujer, que representa a Europa, como una de las primeras toreras de las que se tiene noticia.

Más en concreto, la torera más importante del siglo XVIII fue Nicolasa Escamilla, «La Pajuelera», nacida en la localidad madrileña de Valdemorillo. Su paso por el mundo del toro fue tan relevante que el pintor Francisco de Goya le dedicó uno de sus grabados sobre tauromaquia tras verla torear en Zaragoza.

Entre los años 1836 y 1840 empezaron a prodigarse los espectáculos taurinos con mujeres llamados «Las Mojigangas», en las que llegaron a cumplimentar los primeros pasos en el toreo figuras de la talla de Frascuelo y Chiclanero. De estos festejos destacó Martina Gracia, de Colmenar de Oreja. De hecho, Benito Pérez Galdós cuenta en una crónica que la mencionada torera llegó a cobrar 14 duros, es decir, unas 70 pesetas, por sus actuaciones. Pero una de las mujeres más relevantes de la historia del toreo llegó a la escena del panorama taurino entre 1930 y 1940. Juana Cruz de la Casa, Juanita Cruz en los carteles, toreó en la clandestinidad desde los 19 años pero en una novillada en la plaza de toros de León, que se anunciaba como «exhibición de toreo femenino», debutó en público y enamoró hasta tal punto que los aficionados pidieron que actuara en más carteles. Esta petición no fue llevada a cabo hasta 1933, fecha en la que compartió cartel junto a un todavía desconocido Manuel Rodríguez, «Manolete». Gracias a su valor y su competencia con las figuras de aquella época -figuras de la talla de Domingo Ortega y Marcial Lalanda se negaban a torear con ella- consiguió eliminar la ley que prohibía a las mujeres torear al basarse en la constitución de 1931 -Constitución de la República-, donde todos los españoles eran iguales ante la ley, el sexo no podía ser fundamento de privilegio político y toda persona era libre de elegir profesión. Y, al fin, en 1934, el ministro de Gobernación, Salazar Alonso, eliminó este artículo y logró convertirse en primera figura en las plazas de América, España y Francia aunque, para la posteridad, dejó un dolido epitafio: «A pesar del daño que me hicieron los responsables de la mediocridad del toreo en los años cuarenta-cincuenta, ¡brindo por España!».

El paso de la Guerra Civil impuso, de nuevo, que la mujer no pudiera torear por ley, aunque, fuera de España, fue la edad de oro del rejoneo femenino gracias a Conchita Cintrón, nacida en Chile pero criada en Perú. Juan Belmonte, cuando la vio torear en un tentadero en su finca, dijo: «Si yo mandara en el toreo, usted Conchita toreaba a pie el domingo que viene». Llegó a torear 750 festejos de rejones, fue apoderada por Marcial Lalanda y el poeta Gerado Diego la llegó a llamar «Conchita Excepción» debido a sus portentosas facultades. Finalmente, el papel de Ángela Hernández en el mundo del toro fue más importante en los tribunales que en los ruedos. Hasta que le permitieron torear a pie, fue rejoneadora y fue la primera que logró el carné de torera. El Ministerio de la Gobernación decretó en 1974 la suspensión del artículo que prohibía torear a pie a las mujeres desde hacía 34 años. Ángela fue la primera mujer que toreo con picadores y entró en sorteos con los hombres. Asimismo, en la historia reciente del toreo, Cristina Sánchez se convirtió en la primera mujer que salió por la puerta grande de Las Ventas y Conchi Rios le siguió, tras ser la primera tras cortar dos orejas a un mismo animal en Madrid, durante 2011. Estos testimonios dejan constancia de que el toro no entiende de géneros.

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