Una yurta que nos protege de cualquier tipo de influencia buena o mala, un triple iglú que nos deja al descubierto, una estructura en la que la alta y la baja cultura no se distinguen, una ciudad llena de marginados, un organismo libre que nos hace esclavos, calles, plazas y edificios sin personas? Y así hasta una docena de «hogares» desapacibles e incómodos, espacios físicos que el espectador convierte en espacios mentales y que conforman «¿Qué es una hogar?», la nueva exposición del IVAM, organizada en colaboración con el Museo Nazionale delle Arti del XXI Secolo (MAXXi) de Roma con obra de artistas como Bruce Nauman, Teddy Cruz, Mario Merz o Richard Hamilton.
«¿Qué es una hogar?» es la penúltima exposición de la temporada en el IVAM y también la penúltima en la que José Miguel G. Cortés ejerce de director (y en este caso también de comisario) después de seis años al frente del museo. Tal como adelantó Levante-EMV, la Conselleria de Cultura ha convocado un concurso para ocupar el puesto de dirección a partir de septiembre, un concurso al que Cortés ya ha anunciado que no se presentará. «Le deseo lo mejor al nuevo director o directora y todo mi apoyo si lo quiere», dijo ayer el aún responsable del museo, mucho más comedido que cuando en mayo supo que la Generalitat no iba a prorrogar su contrato. «Sobre el futuro del IVAM no voy a decir nada», insistió.
Y el presente del IVAM y de Cortés es esta colección de instalaciones de gran tamaño que ocupan las galerías 4 y 5, nueve de ellas procedentes del MAXXi de Roma y tres de la Colección del museo. En todas «subyace la sensación de extrañamiento, de soledad, de gente que por su condición económica, sexual o por su color de piel se siente marginada de la sociedad», indicó el director.
Tras recorrer la exposición el desasosiego es inevitable ya que esa soledad que desprenden las 12 instalaciones chocan con el concepto de hogar como «espacio íntimo, de encuentro entre amigos y familia, y el hogar como espacio público», subrayó Cortés.
El choque lo sentimos, por ejemplo, ante For the Benefit of All the Races of Mankind, de Kara Walker. Dos siluetas negras, dos esclavas sobre las que cuelgan sendas campanitas que delatan sus movimientos, recorren los muros de la sala que un proyector convierte en paisajes idílicos. También lo sentimos ante Cultural Traffic del arquitecto guatemalteco Teddy Cruz, donde 300 conos de tráfico aparentemente inocentes se vuelven amenazadores de cara al espectador. Y en Senza titola (Triplo igloo) de Mario Merz -una de las últimas obras que realizó este exponente del «arte povera» antes de fallecer en 2003-, el cristal concebido como una invitación a la transparencia y a la comunión con el entorno se convierte en un elemento de control de nuestra realidad cotidiana.
Durante la presentación de esta exposición, que permanecerá en el IVAM hasta el 31 de enero de 2021, Cortés insistió en diversas ocasiones en el «doble significado» de las obras. «De alguna manera, los espacios no son nada en sí -concluyó el director del museo-. El uso del espacio es lo que le da el contenido y cada uno llevamos una mochila de vivencias encima que es la que nos sitúa delante de las obras».
Delante o dentro de las obras, como ocurre en Infinite Cell de Alfredo Jaar en la que recrea una celda forrada de espejos como metáfora de las barreras físicas y el deseo de superar los muros que separan las sociedades. O en la colección de 150 fotos de Gabriel Basilico en las que las ciudades (entre ellas, València) vacías son escenarios sin actores ni espectadores. La soledad está ahí afuera.
