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El sacerdote que profetizó el sonido del futuro

Una institución murciana reeditará "La música eléctrica", el libro en el que en 1944 el cura valenciano Juan García Castillejo explicó su revolucionario "aparato electrocompositor" y teorizó sobre la capacidad de las máquinas para crear sin la intervención humana

El sacerdote que profetizó el sonido del futuro

Allá por 1969 Llorenç Barber entró en la librería París-Valencia y se encontró ante un montón de ejemplares mal apilados de La telegrafía rápida, el triteclado y la música eléctrica, un tratado «entre místico y técnico», define ahora el músico de Aielo de Malferit, que había escrito en 1944 el sacerdote valenciano Juan García Castillejo.

Este libro que Barber no duda en calificar como uno de los más importantes de la historia de la música en Europa y que casi nadie ha leído, será ahora reeditado de la mano del artista sonoro Francisco López por el Centro Cultural Puertas de Castilla, dependiente del Ayuntamiento de Murcia. «Le hablé a Paco de Castillejo, encontró una copia de La música eléctrica en una librería de viejo, lo leyó y no lo ha dudado», explica el artista de Aielo de Malferit, que se ha encargado de escribir la introducción a la reedición. «Había comentado la posibilidad de rescatar el libro en la Universitat y en el IVAM, pero aquí nadie se ha creído el proyecto».

Ni en València ni en ningún sitio entendieron nunca al cura Castillejo y solo en los últimos tiempos, gracias a la reivindicación de Barber y de otros artistas e investigadores como José Vicente Gil Noé, Miguel A. Delgado o Stefano Scarani el nombre de este precursor del maquinismo musical ha escapado de la oscuridad que suele envolver a los adelantados a su tiempo.

Castillejo estudió música en el seminario, fue chantre en la catedral, daba consuelo a los enfermos del hospital de la Malva-rosa y vivió con dos de sus hermanas hasta que murió en 1986. «Su casa estaba en la placita de San Esteban, junto al antiguo conservatorio donde yo daba clases -recuerda Barber-. Para mí es terrible pensar en las veces que me habré cruzado con él sin saber quien era. Nunca habría imaginado que el genio que había escrito aquel libro que tanto me entusiasmó iba a estar en un bar tomándose un café o caminando por la calle como un cura cualquiera».

Pero, ¿por qué Castillejo era un genio? Por lo que explica y lo que teoriza en La música eléctrica, una patente enriquecida de filosofía de un invento suyo ideado en 1933, de un artilugio que, en otras circunstancias, en otro tiempo o en otro país, quizá hubiera cambiado el devenir de la música contemporánea.

El «aparato electrocompositor» era un armatoste en el que intervenían teclados de máquinas de escribir y teletipos, válvulas, lámparas, transformadores, motores y altavoces, y en el que la corriente continua activaba de forma aleatoria unos mecanismos que producían sonidos breves a partir de combinaciones infinitas.

«Nadie en el mundo había hecho nada parecido -asegura Barber-. Había pioneros que como mucho inventaban cosas que hacían ruidos. Pero la máquina de Castlillejo emitía sonidos que se podían transformar en música». El problema, además de lo complicado del mecanismo, lo aparatoso del armatoste y la delicadeza de sus componentes, es que para que el aparato requería para funcionar de un suministro eléctrico constante, sin subidas ni bajadas de tensión. Algo prácticamente imposible de conseguir en aquella época.

Pese al éxito de las demostraciones que hizo de su invento, al sacerdote valenciano le costó popularizar su idea. Además, marchó a Italia a estudiar, llegó la Guerra Civil, después la II Guerra Mundial y, como indica Barber, el mundo cambió y su inventó dejo ser útil ante los avances de la música concreta, la electrónica y las grabaciones con magnetofón.

No obstante, en 1944 Castillejo patentó el invento y lo explicó en aquel libro que, para Barber, sitúa al religioso valenciano como un «pionero del arte sonoro» a la altura de los futuristas, dodecafonistas, dadaístas, ultraístas y cubistas. En La música eléctrica el sacerdote teorizaba sobre la improvisación, defendía que las máquinas no se equivocan pero el ser humano sí, resaltaba que las combinaciones de sonidos que podía hacer su aparato eran infinitas y que incluso una de esas millones de combinaciones podría crear el Quijote sin un Cervantes de por medio. «Era un músico, era un inventor y era un escritor místico que, además de explicarla, cuenta lo que él ve detrás de su creación: el cosmos, la felicidad, la fraternidad, la comunicación y una mano de las hadas que son los armónicos».

Precisamente, el estudio de los armónicos (los componentes de un sonido que son múltiplos enteros de la frecuencia más baja o fundamental) puso en contacto a Castillejo con otro profeta valenciano del sonido, el músico alborayense Eduardo Panach Ramos. Panach era un estudioso de la microtonalismo (los microtonos son los intervalos musicales menores que un semitono) y en 1949 escribió un estudio de algoritmo musical que es puro pitagorismo. Panach imaginaba y componía música con más sonidos de los que ningún instrumento (excepto una tríola que él mismo diseñó y que acabó acumulando polvo en el conservatorio) le podía ofrecer.

Barber se siente descendiente de la experimentación sonora iniciada por estos olvidados «creadores y místicos» de la música. «Cuando en los años 50 John Cage habla de la casualidad y del azar en la música, está formulando lo que ya había escrito Castillejo cuando explicaba que su máquina no necesitaba al ser humano para hacer música», subraya Barber. «Él escribe que su electrocompositor no hacía series ordenadas de notas sino una masa de sonidos que evolucionaban en el espacio. Ahí está definiendo lo que años después conoceremos como una instalación sonora. Su ‘vitalidad eléctrica’ va más allá de la música contemporánea, es el sonido del futuro».

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