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MÚSICA CRÍTICA

El "jeribeque"

el «jeribeque»

Fue un mal concierto. El carácter popular de la propuesta – «Matins a Les Arts»– no justifica un descenso tan radical en el nivel de exigencia. Afrontar un concierto sin director, sin criterio unitario y sin ni siquiera un líder –concertino- que ponga orden y concierto en el conjunto instrumental, y encima con un programa tan exigente como el interpretado el domingo por la Orquesta de la Comunitat Valenciana, es de por sí un desvarío. También abordarlo con una plantilla de cuerda tan descompensada (4-4-4-2-1), que hizo inevitable –más en una acústica tan generosa con las sonoridades agudas como la Sala Principal- que los registros graves resultaran absolutamente insuficientes.

En tales condiciones, no era posible que el concierto concluyera con cualquier final feliz. Para redondear el mal día, hubo acusados desajustes, patinazos y lapsus instrumentales inéditos en la en esta ocasión en absoluto estupenda Orquestra de la Comunitat Valenciana. Tampoco el programa era el ideal para un público de ocasión, ajeno al habitual de los conciertos. Abundaron sonoros abanicos, pulseras y cuchicheos. Tampoco faltaron lloriqueos de algún que otro bebé. Otros, aburridos, optaron por enredarse con sus luminosos móviles. Incluso hacer fotos –con flash, por supuesto-, y hasta inmortalizar el evento en vídeo telefónico.

El programa se abrió con la versión para orquesta de cuerda que realizó Mahler del cuarteto La muerte y la doncella. El creador de la Sinfonía Resurrección añade nuevas dificultades a la limpia escritura original de Schubert. Fue una lectura falta de equilibrio, de cuadratura entre sus movimientos, en la que se sucedieron muchos y serios desajustes. De huero interés expresivo. Sin calado artístico ni nervio instrumental, en la que quedó patente que buenas intenciones y voluntades no bastan para redondear un concierto. Ni siquiera ser un buen instrumentista, como eran todos o casi todos los quince protagonistas de la fallida velada.

Luego, tras la liviana e imperfecta lectura de La muerte y la doncella, llegó La oración del torero, página que escribe el sevillano Joaquín Turina en 1925 para el cuarteto de laúdes de la célebre familia Aguilar, pero que pronto el propio compositor lleva al cuarteto de cuerdas y luego a la orquesta. Aquí, en este pequeño poema sinfónico, los desequilibrios fueron incluso más palmarios, ya desde la primera entrada de los dos violonchelos. Faltó calidad instrumental, sentido de conjunto y algo tan español y andaluz como el «jeribeque», por utilizar la expresión de un conocido director de orquesta famoso por sus estilizadas versiones de la mejor música española. Fue una ajena y deslucida Oración del torero, más próxima a la pálida versión de La muerte y la doncella escuchada minutos antes que, como escribe Turina, «al bullicio de la plaza y la recogida intimidad de la capilla, en la que el torero reza por su vida antes de jugar ante la muerte con su propio destino».

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