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Tribuna

Francisco Brines. Poeta, valenciano y valencianista

Francisco Brines. Poeta, valenciano y valencianista

La intelectualidad española tardó en comprender que el fútbol era más que un espectáculo y de ahí las excepciones de Rafael Alberti con su «Oda a Platko» («oso rubio de Hungría») y Miguel Hernández, que fijó su memoria deportiva en «Lolo Sampedro portero del Orihuela». Tras la Guerra Civil, prácticamente, sólo los escritores falangistas se acercaron al fenómeno de masas y lo hicieron suyo. La izquierda entendió que el fútbol era opio del pueblo. Afortunadamente, hubo escritores que junto a los versos dedicados a determinadas figuras, hicieron del deporte veta aprovechable. Al margen de las corrientes surgieron poetas como Francisco Brines que volcaron su pasión en el fútbol y en este caso, en el Valencia. Su premio Cervantes me ha traído a la memoria nuestras conversaciones en las que más que los sonetos estábamos por los goles de Waldo y Kempes. Paco Brines formó parte del grupo de intelectuales que se acercaron el fútbol y le dedicaron las mejores páginas que del mismo se habían escrito hasta entonces. Brines fue, y sigue siendo, afortunadamente, además de estricto y glorioso poeta seguidor del Valencia Club de Fútbol. Hasta la médula.

En mis años de Redactor Jefe de El País conseguí que en sus páginas firmaran, además de Paco, entre otros, Juan Benet. Juan García Hortelano, José María Guelbenzu, Manuel Vázquez Montalbán y Jesús Fernández Santos. A los dos últimos los enfrenté literariamente en un Barça-Madrid.

Javier Pradera, intelectual imprescindible de la Transición, era seguidor de la Real Sociedad junto su íntimo Elías Qurejeta, que había sido jugador del equipo donostiarra y autor del gol del que vivió durante veinte años la hinchada txuri-urdiñ hasta que volvieron a derrotar al Real Madrid.

Espero preguntarle a Paco Brines por su estado de ánimo valencianista. En su artículos se pueden encontrar memorias por la «Delantera Eléctrica» a la que vio jugar, sus definiciones sobre Tendillo «limpieza y elegancia», el recuerdo de Puchades, la valía de Claramunt, la efectividad de los jugadores valencianos y valencianistas y, en general, sobre cuestiones que no parece probable que otros poetas se atrevan a manifestar su pasión como él lo hizo.

Paco habló del fútbol de la posguerra y fijó su atención en la condición política del Real Madrid, de equipo del Gobierno y del Comité Nacional de Árbitros. No se escondió cuando hubo que ponderar los éxitos del Valencia equipo y se lanzó a cantar «el gran día» porque se jugaba la final de la Copa de Europa ante el Bayern Munich, el 23 de mayo de 2001. Paco no se arredró para hablar de la belleza del gol de Kempes y los gestos académicos de Solsona y dedicó uno de sus mejores artículos a la «Defensa de la ortodoxia sexual del fútbol». He recordado uno de sus magníficos artículos por su título: «Duelos y quebrantos del viejo Mestalla». No es de ahora, pero estoy seguro de que lo que sucede en el club le merecen duelos y quebrantos, pero no en el sentido gastronómico de Cervantes. En el Valencia hay duelos en el sentido de lo que parece muerte anunciada, porque los quebrantos que Peter Lim ha infligido a la sociedad están más allá de lo estrictamente literario. Cervantes añadía «un palomino de añadidura los domingos» y en Mestalla no hay domingos no sólo por la pandemia, sino por la desaparición de las festividades que ha borrado del santoral merengue la actual administración.

Posdata. Paco Brines solía firmar sus artículos de esta manera: «Francisco Brines, poeta, valenciano y valencianista». Es nuestro orgullo.

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