rock navideño

Más allá de los villancicos de temática netamente religiosa existe una música navideña de tradición protestante y anglosajona, con profusión de nieve, trineos, reencuentros familiares, abetos, regalos, paz, buena voluntad, renos, ponche y besos bajo el muérdago que quedó plasmada en el rock and roll desde sus inicios. Estos discos complacientes en los que los artistas ofrecen su versión más cordial, convencional, hogareña y emotiva también suelen ser productos ideados por la industria discográfica con los que hacer caja en una época del año en la que el dinero fluye con facilidad. Trabajos basados en standards, poco sinceros, que suenan sin parar durante las últimas semanas del año y se olvidan con la misma facilidad con la que se escucharon. Hay excepciones, como el estupendo último trabajo de Calexico, intercultural, original e inesperado.

En el amanecer de los tiempos también fueron una oportunidad para que bandas y cantantes con público adolescente más o menos rebelde buscaran el respeto de los adultos. Los Beach Boys y Elvis son claros ejemplos de esta transmutación en sus respectivos álbumes navideños. Los primeros parecen por momentos una multiplicación de Frank Sinatra pero, respecto al segundo, no creo que la operación de blanqueo fuera exitosa del todo. En 1957 todavía era imposible borrarle las rayas al tigre de Tupelo, que resulta oscuramente sexy aun cuando canta ‘Noche de Paz’.

A veces, el rock navideño no tiene por qué ser amable y contrapone la escandalosamente pretendida felicidad de estas fiestas con la realidad de los que, por su situación de soledad, enfermedad o pobreza se sienten hoy más que nunca apartados de la sociedad. Ahí tienen a los Pogues y su amarga ‘Fairytale of New York’, la pelea de una pareja alcohólica y drogadicta que últimamente está de actualidad, porque la BBC censura los piropos que se dedican los protagonistas mutilando así una magnífica obra de arte, tal y como asegura el mismísimo Nick Cave.

En ‘Christmas’, una de sus mejores canciones, los Who subrayaban la crueldad que supone que Tommy, un chaval ciego, sordo y mudo a causa de un trauma emocional, no se entere de la película en estos días tan especiales para ellos. Ajeno a la excitación de la mañana del día de navidad, a los regalos, a la generosidad, al amor y a la redención que para la humanidad supondrá a la larga el nacimiento de Jesús, nuestro chico se pasa las horas jugando al pinball sin saber que él mismo acabará siendo la figura central de un culto religioso.

Pero para paradoja chunga, la que sufrió Phil Spector, que reunió a lo más granado de su escudería y lo puso a cantar las más exquisitamente arregladas composiciones relativas a estas fiestas en lo que iba a ser el disco navideño definitivo. La cosa acabó en fiasco relativo, porque salió a la venta el mismo día que asesinaron a Jack Kennedy y el personal no estaba de humor ni para muñecos de nieve, ni para renos con la naricita roja, ni para ver a mamá besándose con santa Claus.

Por lo visto, aquel año hubo Navidad de milagro. No sé si les suena.