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La zarzuela del s. XXI se abre paso en Les Arts

Borja Quiza y la valenciana Sandra Ferrández protagonizan «El barberillo de Lavapiés» junto a la OCV y el Cor de la Generalitat

La escenografíaes negra para resaltarla interpretación.

Por los pasillos de Les Arts caminan estos días costureras, barberos, comerciantes y nobles del siglo XIX. Abanicos, alpargatas, zancos y chaquetillas son los atributos que diferencian a más de una veintena de cantantes que desde esta semana ensayan El barberillo de Lavapiés, una producción del Teatro de la Zarzuela que se estrena en Les Arts el próximo 16 de abril. La pieza está basada en el libreto de Luis Mariano de Larra y en ella participa la Orquesta de Plectro «El Micalet», la OCV y el Cor de la Generalitat.

Levante-EMV ha estado en el ensayo de esta zarzuela y, entre bastidores, ha conocido a sus intérpretes. «No hay nada más español que la zarzuela. Es nuestro género y tenemos que reivindicarlo», asegura Sandra Ferrández, soprano de Crevillent que estos días ha vuelto al coliseo valenciano para interpretar a Paloma, una costurera del barrio de Lavapiés que participa en las conjuras políticas para intentar desbancar del gobierno al marqués de Grimaldi y sustituirlo por el conde de Floridablanca. «Paloma es un personaje fresco, alegre y dominante», explica mientras se maquilla antes del ensayo.

Asegura que el protocolo covid «no es fácil». «Entre el corsé y la mascarilla, te suele faltar un poco el aliento». Pero agradece «poder trabajar con regularidad en estos tiempos». «Hay compañeros que lo están pasando muy mal. Vamos a seguir sufriendo profesionalmente porque la pandemia no se ha acabado. Sin embargo, hay motivos para la esperanza. No me gustaría que ninguno de mis compañeros tirase la toalla por culpa de la pandemia. Cuando tienes una pasión, como es la música, es muy cruel tener que retirarte en una circunstancia así», lamenta la valenciana.

El Palau de les Arts ha sido el único teatro español, junto a El Real, que no ha parado de estrenar títulos durante la crisis del coronavirus. «Al final, estos teatros están dando el callo por la cultura, y es de agradecer», añade Ferrández.

En el camerino de al lado, se encuentra Borja Quiza, quien interpreta a Lamparilla, también protagonista de la pieza. «Este es un rol muy especial porque representa la figura del pícaro español, a lo Lazarillo de Tormes. El público siempre se siente muy identificado», explica el cantante mientras le peinan para el ensayo. Según Quiza, la zarzuela, y más en concreto esta, «es muy exigente». «Hay mucho texto hablado y mucho cante. La energía es muy alta en toda la obra. Suelen decir que los pilotos de Fórmula 1 adelgazan unos 4 kilos por carrera, y estoy seguro que nosotros también», bromea.

El papel de Lamparilla está «a caballo entre el barítono lírico y el tenor cómico», lo que lo hace aún más difícil. «Los cantantes líricos no tenemos una formación específica para hacer texto hablado, aprendemos sobre la marcha, haciendo zarzuelas y teatro. Hemos trabajado mucho desde el punto de vista actoral para esta zarzuela. Lo más difícil es controlar el ritmo del texto hablado antes del número musical. El ritmo lumisono de la obra no tiene que caer en ningún momento», explica.

El Premio Nacional de Literatura Dramática de 2017, Alfredo Sanzol, ha sido el encargado de adaptar y dirigir esta obra. También ha querido innovar en el género. De hecho, en la escenografía de El barberillo de Lavapiés no vemos grandes fuentes de agua ni pequeños comercios de época pintados sobre una tela. Sino un fondo negro. El objetivo es que el espectador se centre en el colorismo del vestuario y la interpretación de los cantantes. «Me parece una señal de respeto hacia lo que hacemos. Esta escenografía no es nada común en la zarzuela. El equipo ha querido resaltar la universalidad de la obra», señala el intérprete.

Esta tendencia hacia la innovación desde las raíces coincide con la línea artística de Jesús Iglesias, director de Les Arts. «La zarzuela es un género puramente español, por ello, hay que acercarlo a los nuevos públicos. Es el origen de lo que entendemos como un musical, y nos debemos a él», explica el director del coliseo minutos antes de que comience el ensayo. Cuando se apaga la luz y el piano empieza a sonar, una veintena de bailarines y cantantes toman el escenario. Todos los intérpretes, menos los dos solistas, ensayan con la mascarilla puesta. Cada semana, tanto ellos como el personal técnico de Les Arts, se someten a una PCR. El objetivo es evitar brotes, con tal de que el espectáculo pueda continuar.

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