Elisabet Roig, en la categoría de narrativa, y Aina Garcia-Carbó, en la de poesía, se llevaron ayer la cuarta edición de los Premis Algemesí de literatura infantil, organizados por el ayuntamiento de esta localidad y la editorial Andana y considerados uno los más importantes de este género en la Comunitat Valenciana.

Elisabet Roig, que ha obtenido el premio con Una aventura peluda es, además, la tercera mujer que merece este galardón después de Purificació Mascarell, ganadora en 2018 con Centre comercial l’Oblit, y Paula Ferrer, que venció en 2020 con Joana Cordons i la Colla Perduda. Por su parte, Aina Garcia-Carbó, que se ha llevado el premio de poesía con Malifetes satisfetes, tiene los precedentes de Fina Girbes (vencedora en 2020), Maria Dolors Pellicer (2019) y Teresa Broseta (2018).

«Me parece una noticia buenísima que cada vez haya más visibilidad de la mujer en cualquier ámbito cultural -señalaba ayer Roig sobre el dominio femenino en este palmarés-. Que esto ocurra de una manera normalizada, sin cuotas o concursos exclusivos, quiere decir que ya se van haciendo las cosas mejor».

«Las mujeres y la literatura infantil o juvenil siempre han ido de la mano -afirma Mascarell-: desde las primeras narraciones orales contadas en el seno materno hasta grandes figuras como Gloria Fuertes, Elena Fortún, Enid Blyton o J. K. Rowling. Este género literario y la escritura femenina, fusionados, constituyen periferia sobre periferia dentro del canon tradicional».

Para Mascarell, las tres premiadas en el Ciutat d’Algemesí «demuestran que es posible deconstruir ese canon y crear nuevos cánones más plurales y abiertos, donde la literatura infantil y juvenil no sea vista como literatura de segunda división».

De lectoras a escritoras

Ninguna de las tres ganadoras del Ciutat d’Algemesí considera muy diferente la literatura que leyeron de niñas y la que escriben ahora de adultas. «Lo que escribo tiene mucho que ver con lo que leía -cuenta Paula Ferrer, ganadora también en 2020 del Vaixell de Vapor con El país de Cral-. Yo era muy lectora y mantengo los recuerdos de lo que leía entonces. Como Michael Ende, que me gustaba especialmente. Quizá por eso en mis libros son un poco atemporales y muy de fantasía y por eso me gusta escribir literatura infantil, por la posibilidad de imaginar a través de ella lo que me apetezca».

«Los libros con los que crecí también han hecho que sea la escritora que soy», confirma Roig, quien cita en su canon títulos como El pequeño Nicolás, Tots els detectius es diuen Flanagan o El hobbit. «Yo crecí leyendo las aventuras de Sherlock Holmes, aún las releo una y otra vez y siguen funcionando -añade Mascarell-. Son un artefacto literario que todavía atrapa a cualquier lector de cualquier edad. Si algo tiene fuerza literaria, se sitúa más allá del dominio de lo audiviosual».

Hacerse un hueco entre las decenas de ofertas de entretenimiento, he ahí otra cuestión. «Es difícil competir, pero cuando consigues que se pongan a leer un libro, la mayoría de niños y niñas acaban pidiéndote más», asegura Roig. «Las plataformas son inmediatas, son excitantes. Pero los libros ponen a trabajar la cabeza de una forma que siempre les acaba sorprendiendo».

«La buena literatura lo es, sea para adultos o para niños, yo no hago distingos -indica Mascarell- Y por eso no entiendo la literatura en competición con otras formas de ocio. Si un texto vale la pena e interesa, llegará al receptor y será disfrutado y valorado, y esto sirve tanto para la literatura como para cualquier otro producto cultural».

En unos tiempos en los que la literatura infantil y juvenil está desbordada por las franquicias promocionadas por los grandes grupos editoriales, la autora de Centre comercial l’Oblit cree que la recomendación boca-oreja se convierte en el mejor baluarte para las propuestas cercanas y casi artesanales de estas tres escritoras.

«El mercado es enorme y la competencia muy dura -añade Roig-. Y, al final, el público acaba adquiriendo lo que más se promociona. Pero si una historia divierte, conecta con una niña o un niño, da igual las sagas. Una buena forma de llegar a ellos es a través del contacto directo con los colegios. La proximidad con la autora para poder hacerle preguntas sobre lo que han leído facilita esta conexión».

Y pese a esa complicidad con los educadores, las tres ganadoras del Algemesí advierten del riesgo de abusar de la didáctica. «Soy de las que creen que la lectura, aunque aporta beneficios como el fomento de la imaginación o la mejora del vocabulario y la ortografía, ante todo tiene que ser entretenimiento -defiende Ferrer-. Y por eso cuando escribo para niños no pienso en si van a aprender algo con mis libros. Hay libros infantiles que son una especie de clase de primaria encubierta y eso me pone muy nerviosa».

Mascarell asegura que la fórmula clásica de Docere et delectare sigue vigente. «Cuando escribo un texto me interesa que el lector se lo pase bien, disfrute, pero si además consigo que reflexione un poco y se le mueve algún resorte crítico o intelectual, hemos hecho diana».

«Ponerme a escribir con una finalidad didáctica me aburre y puede condicionar mucho una historia hasta volverla poco creíble -concluye Roig-. Una historia funciona de verdad cuando la estás escribiendo y te lo pasas bien, sin encorsetarte. Esto lo nota enseguida quien la lea».