Guillermo Montesinos se sienta junto al carromato de Plácido que da la bienvenida a la exposición sobre Luis García Berlanga que se muestra en el MuVIM. Montesinos es un actor «berlanguiano» en su sentido literal. Actuó en cuatro de sus películas -La Vaquilla, Todos a la Cárcel y París-Tombuctú- y pudo haberlo hecho en alguna película más. «Hubo problemas con los productores», apunta.

Plácido, dice, es una de sus preferidas del director valenciano, y también Los jueves, milagro. «Yo siempre digo que cuando Azcona y Berlanga se fueron, los poderes fácticos y las clases altas de este país empezaron a respirar», señalaba ayer el actor durante un encuentro organizado por la Diputación de València para contar sus «anécdotas» con el admirado Berlanga.

Montesinos conoció antes a Jorge García Berlanga, hijo del cineasta, que al padre. «Éramos los reyes del futbolín en los bares de la Castellana por la noche», recuerda. Pero a la primera película que rodó con el director -La vaquilla, de 1985- no llegó por recomendación filial. «A finales de los 70 actuaba en el teatro y allí me vio Pilar Miró que enseguida me quiso para el Crimen de Cuenca. El productor de esa película era Alfredo Matas, que fue también el productor de La vaquilla. Y por ahí llegué yo».

En esta película ambientada en la Guerra Civil Montesinos interpretaba a Mariano, uno de los protagonistas, aunque en un principio Berlanga le había elegido para hacer del soldado-torero que tiene que llevarse a la vaquilla, papel que finalmente interpretó Santiago Ramos.

La culpa del cambio de roles, recordaba Montesinos, la tuvo otro de los protagonistas, Alfredo Landa, un compañero sobre el que el intérprete castellonense no tiene demasiado buen recuerdo («como compañero dejaba bastante que desear», cuenta). «El primer día de rodaje llego y veo a Santiago, que ya había rodado con Alfredo, diciendo ‘yo me voy, me ha destrozado a pellizcos y empujones’. Landa le había abordado de tal manera que lo había bloqueado».

Ante esta complicada situación, y «aunque era un poco sadiquillo con los actores», Berlanga decidió que Montesinos y Ramos intercambiaran sus papeles «porque yo tenía más aguante». Y pese a Landa y pese a lo duro que fue el rodaje, Guillermo recuerda aquellos momentos con cariño, gracias sobre todo a las «clases magistrales» que recibió de Berlanga y de los buenos momentos que pasó con él cuando se apagaban las cámaras.

«Siempre se habla de lo caóticas que eran sus escenas pero rodándolas era todo lo contrario -asegura-. Las preparaba con un rigor extremo y había que llegar con los deberes hechos. Aunque en las escenas había mucho cachondeo, se ensayaba mucho».

Valencianos los dos y amantes del ciclismo, Berlanga le cogió cariño a Montesinos y lo quiso también como protagonista de su siguiente película, Moros y cristianos (1987). Pero, según aseguraba, el productor ya no fue Alfredo Matas y los nuevos responsables de la película prefirieron a un rostro televisivamente más popular como era el de Pedro Ruiz.

Y algo parecido ocurrió con la última película en la que Montesinos y Berlanga trabajaron juntos: París-Tombuctú. «Luis tenía la espinita y quería que trabajase allí papel haciendo el papel del cura pero la productora prefirió dárselo a otro rostro de moda: el de Santiago Segura. Al final me dieron un papelito llevando un trenecito».