Migrats Dansa alcanza su quinta edición con el objetivo de mostrar el trabajo de jóvenes creadores valencianos del movimiento, algunos de los cuales se enfrentan por primera vez a la escena como autores. Las sesiones que entre el 11 y el 28 de noviembre se despliegan entre Espacio Inestable y el CCCC permiten acercarse a una veintena de nombres de profesionales de ahora y del futuro. En este contexto hay que entender las propuestas que se exhiben, una oportunidad para que se foguee la cantera de la danza emergente y que la migración, si se produce, sea por voluntad y no por falta de estímulos cercanos.

La sesión triple del jueves sirvió para corroborar varias cosas: la primera de ellas, la variedad de registros de los recién salidos de los conservatorios; la segunda, la pulsación que sobre estos creadores ejerce el malestar colectivo fruto de la pandemia y otras carencias actuales; la tercera, la vuelta de la mirada a los 80 como fuente de inspiración estética.

El dúo de La Incendiaria resultó vivaz, bien tramado en su presentación y ejecución. Acompañadas por momentos de un off con palabras como conjunción o simultaneidad, las bailarinas desarrollaron una coreografía central, breve pero original, en la que la sincronización de sus movimientos mantuvo la atención alerta. Alguna escena de transición, como la de los cabellos, debería estar mejor resuelta, mientras que la proyección final de imágenes icónicas de personajes de la historia, del cine o el arte dejó abiertas las interpretaciones sobre la intencionalidad de la pieza.

Elsa Moreno es poeta y bailarina. Con poco más de 20 años camina entre ambas disciplinas con el interés propio de quien ve en ellas buenas aliadas. En su pieza las mantiene unidas. Las palabras, el recitado de textos poéticos, es tan importante como el cuerpo; puede que incluso más ya que tienen más peso y parecen trabajadas más a conciencia que los movimientos. Tanto la iluminación, como la música aluden a una convulsión emocional que Moreno acompañó de movimientos espasmódicos, tics y algún grito. Trasmite tormento o desasosiego, solo faltaría pulir este primer trabajo para sacar mayor provecho de sus cualidades físicas. Necesitamos que la poesía y la danza, como poética del cuerpo, sigan unidas.

La creación de Javi Valls fue la de mayor formato, cinco bailarines y una cantante en la escena vacía. Son personajes del desvarío cuya extraña apariencia y comportamiento extremo recrean situaciones absurdas, modos de hacer de seres inadaptados. Algún guiño al voguing remite a la escena underground neoyorquina de los años 70. La calidad de los bailarines en sus movimientos otorga a la obra una especial textura que se amplia con un humor corrosivo.

Permanezcan atentos al ciclo, todavía quedan ocho sesiones del programa.