No se me ocurre un lugar peor en València para disfrutar de un concierto de rock que el Auditori del Palau de Les Arts. Es un recinto anticlimático en el que parece que todo está diseñado para enfriar el ambiente. La banda lejos, allí abajo, en un hoyo, la música previa inaudible, la desproporción en las distancias del complejo, los ascensores, las escaleras, el elevadísimo techo con forma de pecio y el desasosiego que provoca. La ansiedad que produce esa gigantesca masa de aire que te aplasta en la silla y que en nada beneficia a la caja de la batería y a otras percusiones que acaban sonando desnaturalizadas, como de juguete. Por suerte, la prolongada ovación con la que el público recibió a Morgan logró borrar esas oscuras sensaciones.

El cálido talento de Morgan

Un jadeo en primer plano, los susurros de Nina de Juan revoloteando, tres teclados calentando el inicio de la velada, «Hopeless prayer». Inmediatamente después, el fogonazo de «River», con la banda desplegando una potencia densa y misteriosa, llena de matices, irradiando una energía crujiente que atravesó el espacio faraónico y hostil hasta el corazón de los ocupantes de las butacas, haciéndoles vibrar, alegres y satisfechos. ¿Su secreto? No lo es, está a la vista de todos. La banda madrileña practica el viejo rock and roll de raíces americanas, con blues, soul, folk, góspel y country. Lo hace con pasión, precisión, coraje y honestidad. Tienen buenas canciones, melodías brillantes y un sonido clásico con aroma a los setenta que lo hace aptos para todos los públicos. Y, claro, también tienen a Nina de Juan que, con su voz maravillosa sabe transmitir emociones con el gusto, la personalidad, la calidez, el vigor y la entrega de las grandes del siglo pasado, demostrando un enorme respeto por su legado.

Por todo ello son populares, venden discos y llenan auditorios de un tamaño respetable. Desde el mainstream, con la calidad que antes buscábamos en los márgenes de la industria y que ahora se echa a faltar en el circuito indie o pseudo alternativo, que factura música de patrones manoseados para que decenas de miles de personas la disfruten en un festival sin importarles nada las implicaciones culturales o artísticas del asunto. Paradójicamente, antes las orquestas de verbena no tocaban a Los Planetas, Lagartija Nick o Surfin’ Bichos. Ahora no faltan las canciones de Vetusta Morla, Izal o Love of Lesbian.

Si todavía no les ha quedado claro por dónde transcurrió el show escuchen su soberbio doble elepé grabado en el Circo Price. Morgan se crecen en directo, suenan mucho más orgánicos e intensos que en sus discos de estudio. Sobre las tablas enganchan con la escuela de Allman Brothers y Black Crowes. Mollares, trabados y contundentes tiraron de funk caribeño en «Another road» y de soul pop en «Flying peacefully».

«Attempting», «Paranoid fall», «A kind of love» o «Alone» sonaron macizas, arrolladoras, con la banda haciendo llorar, reír y gritar a sus instrumentos con trabajo y entusiasmo, como se hacía antes de la invasión de los ukeleles, la grandilocuencia vacía y los bombos a negras. Y, además de la dinamita, también hubo momentos de mágico recogimiento, de duende desnudo, en «Volver» o «Marry me», que con sólo el hechizo de la voz de Nina y una guitarra sin amplificar rubricó una actuación que casi nadie de los presentes olvidará jamás, por ser la primera vez que veían actuar a una banda de ese talento.