El universo pianístico de Robert Schumann está plagado de referencias literarias y, más específicamente, poéticas. Es impensable entender el universo pianístico del creador de Habla el poeta sin la referencia al verso y su sutil pulso métrico. Algo similar ocurre en sus Lieder, en los que el piano, sin descuidar su complicidad con la voz, cumple y se mueve por senderos propios. De hecho, Schumann consideraba la canción de concierto como una «suerte de música para piano con un complemento verbal», por utilizar la expresión de Blas Matamoro. Romanzas con palabras en las que voz y piano conviven y comparten un protagonismo en el que el piano con frecuencia toma la voz cantante.

Matthias Goerne, barítono de reconocidos quilates, disfruta a sus 54 años (nació en Weimar, 1967) plenitud artística y la vocalidad perfecta para abordar el monográfico Schumann con que el sábado se presentó en el ciclo de Lied del Palau de les Arts. Contó, además, con la complicidad del piano veterano de Markus Hinterhäuser (1958). Uno y otro, fusionados por una visión conjunta, crearon de los dos mundos schumannianos –el teclado, la voz- un instrumentos único. En el respirar, en el decir y en el vivir el dramatismo y las luces, siluetas y sombras de la letra y su rima, del sonido y sus armonías.

Hinterhäuser –actual director artístico del Festival de Salzburgo- cantó desde el teclado tanto como Goerne supo involucrar en él su expresión cálida y carnosa. Hicieron música con la palabra y enfatizaron su sentido descriptivo desde la melodía única que no necesita el léxico para expresarlo todo. De la mano de Schumann, ambos, hechos instrumento único, rebaten a Salieri y su libretista Casti en su fracasada ópera Prima la musica e poi le parole.

Desde los Seis poemas sobre textos de Lenau y Requiem opus 90 que abrieron el programa, hasta las muy conmovedoras y dramáticas Canciones de la reina María Estuardo, opus 135 que lo cerraron –ya sentidas en el mismo ciclo en la voz de Lise Davidsen y el piano de James Baillieu-, el recital fue una inmersión a corazón abierto en el universo del Lied romántico, en lo más íntimo y profundo de la sensibilidad. Así ocurrió en los Liederkreis, la dispersa serie de doce canciones basadas en versos Joseph von Eichendorff, el poeta de la «soledad hechizada y la melancolía placentera», que Schumann consideraba «mi más romántico ciclo». También en las tres que interpretaron del ciclo Canciones y baladas de Wilhelm Meister, en las que indagaron en su sustancia dramática y poética, en los cromatismos y enrarecidas armonías, en los misterios y fascinaciones que vierten poeta y músico.

Sabedores de que el aplauso distrae la intimidad del recital, Matthias Goerne y Markus Hinterhäuser optaron por hacer una única interrupción a lo largo de la hora y media que se prolongó. Apenas una salida de escena, quizá para refrescar la garganta y respirar algo fuera del público. De principio a fin, de la primera nota de los Lieder de Lenau a la última de los atribuidos a la desdichada María Estuardo, la implicación de cantantes fue tan absoluta como la de un público cuyo silencio formaba también parte de la interpretación. Los interminables aplausos no lograron arrancar ni una propinilla. Esto es otra historia. Inolvidable.