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Nacho López Murria

Nacho López Murria: "Mi generación se ha dado cuenta de que la magia Disney no va a venir"

El dramaturgo y director valenciano Nacho López Murria da el salto a la novela con la surrealista comedia «París era una rave»

Nacho López Murria | JUAN ERNESTO ARTUÑEDO

Guionista de ficción, Nacho López Murria publica su primera novela ‘París era una rave», una divertida comedia de lo más surrealista.

En los agradecimientos de la obra, revela que hay personajes reales en la novela, ¿cuánto de cierto hay en ‘París era una rave’?

La novela aparece en mi cabeza justo después de la verídica boda a la que voy en París el 2019, con la que el libro arranca, y allí conozco a alguien cuyo amigo es amigo de Joan Santonja, quien sí organiza asiduas fiestas en su piso, y sí vive justo arriba de Jodorowsky. Aunque estas quedadas no eran tan histriónicas como relato en la novela, sí enfadaban al viejo psicomago e inspiran la idea de la novela.

Jodorowsky se plantea casi como eje central de la historia, ¿cuál es su relación con el célebre personaje?

No soy un gran conocedor de su obra en todas sus vertientes. Sí sabía un poco de sus mundos, y me hace muchísima gracia su twitter, que se ha convertido en el típico perfil de frases que se van enredando, como de auto ayuda, rozando la autoparodia, del estilo ‘si yo te doy, tú me das. Si no te doy, tú tienes de todo’. Son cosas muy extrañas, positivas casi siempre, pero para mí un poco vacías. Me hacía gracia que una persona que ha generado un movimiento cultural propio en los 70, se hubiese convertido en un anciano que se queja de la música que tocan los vecinos de arriba, pero es que al final es un señor de casi 100 años al que le están tocando las narices.

Los personajes protagonistas se presentan muy cercanos, ¿cuánto suyo hay en ellos?

Aunque trate de alejarme lo máximo posible de mi subjetividad, e intento que no se me pueda ver en las creaciones, los dos protagonistas, Leo y Ona, tienen, inevitablemente, un poco de mí, porque al final recurro a manías propias muy concretas que creo que les pueden dar cierta vida, profundidad, y humanidad. Por ejemplo, el TOC de Leo de no soportar las pelusas, o la necesidad de no poder tener mails sin abrir, sí son cositas que yo experimento.

¿Cómo ha sido el paso de escribir guiones a una novela?

Al venir de trabajar con Atresmedia en proyectos con mucha gente involucrada, echaba algo de menos esa libertad que podía tener en mis primeras obras teatrales, esas alas que me llevasen hacia dónde quisiese sin ninguna presión, y este libro me ha regalado esa posibilidad creativa. También es cierto que, aunque son lenguajes muy distintos, sí tienen en común esa estructura y creación de conflictos desde los que abordo las obras, aunque en la novela me he permitido dejarme llevar muchísimo más.

La portada está dibujada por Lara Lars, ¿la eligió usted o la editorial?

Lara era mi vecina de barrio hasta hace un par de años y coincidió que, ese mundo colorista y surrealista que tiene ella, encajaba con la historia de ‘París era una rave’, y molaba tener a alguien de confianza con quien trabajar, y con una obra pictórica tan buena. Al final, la portada, duele hasta decirlo, pero es casi más importante que el interior, y creo que esta cumple con su objetivo completamente.

La novela presenta un desfile de hilarantes personajes histriónicos, ¿cómo llegan a ocurrírsele estas surrealistas identidades?

Surgen, sobre todo, de la necesidad de presentar problemas a los personajes, y amargarles un poquito más la existencia para que la aventura sea más divertida, y se me van ocurriendo mientras escribo. Sí hay, a veces, algunos elementos reales que rescato, como la pizzería que antes fue un puticlub, eso es algo totalmente verídico que me pareció ingenioso. Voy rescatando ese tipo de anécdotas que me llaman la atención, y cuando puedo, las uso.

¿Tiene el libro, con su particular cinismo, una visión pesimista o desencantada de la realidad?

El libro, al final, es un vaso de agua fría. Creo que pertenecemos a unas generaciones que han tenido la ilusión, la magia de Disney, esa cosa inculcada por los padres de «tienes que aspirar a tales cosas» y por otro lado, la desilusión de darte cuenta de que esas cosas no van a venir, al menos tal y como nos las habían contado. La aceptación de la derrota la tenemos ya muy adentro, y eso se plasma en el libro con humor.

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