Algo personal

Joe Strummer

Alfons Cervera

Alfons Cervera

La música de los años ochenta me pasó de largo. Me había quedado en el mismo sitio donde empecé. Los años sesenta. Un fan absoluto. Lo escuchaba todo. Cantantes solistas. Grupos. De aquí y del extranjero. Sobre todo de aquí. Del extranjero inglés y americano sabían mucho quienes iban a la universidad o sus familias tenían pasta para comprar discos cuando viajaban fuera de España. Pero yo era principalmente de la radio. Y en la radio lo que más sonaba era la música francesa, la melódica italiana y la nuestra, la de un país a oscuras en que brillaba la alegría musical como si estuviésemos viviendo una fiesta infinita. Igual estabas en un guateque (yo era el que nunca bailaba, a lo mejor algo de Adamo o Gigliola Cinquetti) y no sabías que la canción que estabas escuchando era la misma que ponían en las comisarías para aplacar los gritos de las torturas policiales. Cosas de la vida cuando la vida era, más que un cuento real, un cuento chino. No soy entendido en casi nada, tampoco en lo que tenga que ver con la música. Para la clásica ya están las estupendas crónicas de mi camarada Justo Romero en estas páginas. Para la otra, la «moderna», las de mi admirado Fernando Soriano aquí mismo y las que en Cartelera Turia y Efe Eme firman mis hermanos Carlos Pérez de Ziriza y Juan Puchades. Ellos sí que saben.

Pero de repente, en el camino del medio entre los sesenta y los ochenta surgieron los guitarrazos del punk. Ruido a manta. Himnos revolucionarios. En 1977 salen los Sex Pistols con God save the Queen. También en València habrá movimiento con Interterror y La Resistencia. Nadie falta a la cita con La Polla Records, que vienen del País Vasco. O con la banda gallega Siniestro Total. Escribo como si fuera un especialista en la música punk. Para nada. Demasiada estridencia para unos oídos que, como los míos, estaban acostumbrados a Paraules d’amor y Yesterday. Pero en eso llegó una canción que tumbó las barreras del sonido y le atizó un buen guantazo a mis tradiciones musicales. La escuché, me dije que aquello era droga dura, una maravilla, y no sé por qué la abandoné rápidamente en los cajones olvidados del punk. Eran los Clash y London Calling. El no va más. 

Yo seguí con mis rollos musicales de siempre. Los culpables de esa lealtad enfermiza la tuvieron los Beatles. Seguramente por And I Love Her y Helter Skelter, considerada esta última, acertadamente o no, una precursora del punk. Pero los Clash estaban ahí, al acecho de cualquier atisbo de fragilidad emocional. Y aquí siguen después de muchos años. Subiendo la escalera al estudio está el poster del grupo, con Paul Simonon estrellando su bajo contra el suelo y las letras «London Calling» imitando las que había en un disco de Elvis Presley. La política metida en vena en sus canciones. El compromiso con las causas que nunca dieron por perdidas. El ruido dejaba paso, claramente, a ese compromiso. La inmensa Spanish bombs: «Canciones españolas en Andalucía… / Por favor, deja la ventana abierta / Federico (García) Lorca ha muerto…». Un día Joe Strummer se vino a Granada. Anduvo tiempo por los pueblos próximos. La amistad con la gente de esos sitios. Uno más entre esa gente. Era el líder de los Clash y nadie lo hubiera dicho. Un tipo normal, dicen quienes lo conocieron. En Granada tiene una pequeña plaza con su nombre. También vivió en Almería, en el pueblo de San José. Nunca dejó de volver a Andalucía, siempre que pudo. Le obsesionaba encontrar la fosa donde está enterrado García Lorca. Quería comprar un pico y una pala para empezar la exhumación. Genio y figura el amigo Joe. 

Leo todo esto en Internet y escribo en pasado porque estos días hace veinte años que se murió Joe Strummer. El 22 de diciembre de 2002 se le rompió el corazón. Recuerdo Train In Vain, una de sus canciones más conocidas: «Veo cómo se derrumban mis sueños / No puedo ser feliz si no estás cerca». No es una canción ruidosa. La precariedad de una vida, las vicisitudes del amor en medio de esa precariedad. No he leído nada con motivo de ese aniversario. Vivir es acostumbrarte a que te vayan abandonando, escribía Monique Lange en su novela Las casetas de baño. Nunca abandoné la música de los años sesenta. Ahí me reconozco. Pero regreso una y otra vez a London Calling, a Sandinista! y Combat Rock. A los Clash. Y a lo que construyó luego Joe Strummer con el grupo The Mescaleros, poco antes de su muerte.

Los años de juventud están a buen recaudo en la memoria. Hay que ponerse a salvo de la nostalgia, pero a veces te hace bien pensar que el tiempo no siempre fue nuestro enemigo. La música fue y sigue siendo un pedazo importante de aquellos años en que pensábamos que hasta incluso la revolución era posible. Y no todos los sueños acabaron hechos pedazos. Por eso hay que seguir peleando para que este 2023 esté de nuestra parte, ¿vale? Ojalá sea así. Ojalá.

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