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Ana Torroja, Brianda Fitz-James Stuart, Victoria Federica, Tamará Falcó y Luis Medina.

La nobleza ya no obliga, ahora influye

A través de las redes sociales, la moda y la publicidad, una nueva generación de aristócratas, erigidos en ‘influencers’, ha vuelto a hacer atractivo un estamento social que parecía añejo. Algunos analistas detectan un giro conservador en esta recuperación de los linajudos.

Podrían haber aprovechado el tirón de su nombre, que constituye desde hace años su inconfundible marca personal, o hacer hincapié en su vocación de cocinera, que es lo que va a concentrar su atención en los próximos meses, pero en Netflix, que son maestros a la hora de promocionar sus producciones, han preferido titular la próxima serie sobre la vida y hazañas deTamara Falcó apelando a su condición social: La Marquesa.

Así es el reality que la plataforma estrenó el pasado 4 de agosto, en el que la aristócrata expone sus fatigas para montar un restaurante en El Rincón, el palacio que su padre le dejó en herencia. Entre paseos por París, cócteles al atardecer y fiestas en discotecas, Tamara desgrana confesiones del tipo: «Lo que para algunos podría ser una vida de película, para mí es lo más normal del mundo».

Hace apenas una década, a ningún ejecutivo de televisión se le habría ocurrido apelar al título nobiliario de un personaje que pretende mostrar entrañable y cercano al gran público, ni habría puesto el acento en su vida de dolce far niente para refregarle a la plebe lo que se está perdiendo. No en vano, la anterior docuserie basada en la hija de Isabel Preysler y Carlos Falcó se titulaba We love Tamara y prestaba más atención a su experiencia religiosa que a la pagana.

Aquello fue en 2013 y por entonces la aristocracia no ejercía el poder de atracción que hoy ejerce sobre la sociedad ni los duques, las marquesas, los condes y sus palacios y saraos de alto copete tenían la presencia mediática que hoy tienen más allá del papel cuché más cortesano.

Pocos entendidos en realeza habrían imaginado que acabarían viendo a la quinta aspirante a la Corona de España posando en la portada de una revista de moda y firmando un contrato de imagen con una marca de ropa tras declararse influencer, pero Victoria Federica de Marichalar ha hecho realidad todos esos logros, que son el sueño lúbrico de cualquier responsable de marketing o de todo representante de famoso con aspiraciones de medrar.

No está sola. De hecho, la nieta del rey emérito y sobrina de Felipe VI es el máximo exponente de una nueva generación de jóvenes aristócratas que en los últimos tiempos han cobrado un protagonismo inusitado en los medios y las redes, ocupando espacios que sus antecesores jamás ocuparon y mostrándose en registros alejados del rancio abolengo que inspiran sus apellidos.

En sus cuentas de Instagram y TikTok reúnen legiones de seguidores, se presentan a sí mismos como «diseñadores» o «creadores de tendencias», ponen rostro a firmas comerciales y protagonizan campañas publicitarias de toda orden y condición. Y el título nobiliario que les adorna, que en otros tiempos habría sido un dato menor, hoy se destaca como uno de sus grandes atractivos.

Nobleza de moda

En plena segunda década del siglo XXI, la aristocracia vuelve a estar de moda. La nobleza ya no obliga, pero ahora genera influencia, y hasta las marcas de comida rápida acuden a ellos, desde la ironía, para apuntarse un tanto en los paladares del vulgo, como hizo Burger King con su reciente anuncio Cayetanos.

«Muchos de estos personajes son interesantes al margen de sus apellidos. Han sido educados en los mejores colegios, saben estar y transmiten valores que a veces coinciden con los que una marca quiere transmitir. Esto los hace muy atractivos para las firmas», razona Julia Urgel, responsable de una agencia de comunicación que en los últimos tiempos ha puesto en marcha numerosas campañas de publicidad, sobre todo en el sector de la moda, protagonizadas por jóvenes de la nobleza.

En opinión de esta experta en posicionamiento de marcas, la irrupción de estas figuras en el espacio mediático es un reflejo de los usos y costumbres digitales de hoy en día. «Las redes han sustituido al Hola! para mostrarnos a la aristocracia. Hoy sabemos más de los marqueses por sus perfiles en Instagram que por las revistas», señala Urgel, quien detecta un cambio generacional en el imaginario popular de la nobleza y en la percepción que los nuevos nobles tienen de sí mismos. «Estos chicos se han hecho mayores y han visto que pueden sacar provecho de su imagen. ¿Por qué no iban a poder hacerlo? ¿Por qué aceptamos que Carlota Casiraghi sea el rostro de Gucci y nos incomoda que Victoria Federica lo sea de Hoss Intropía?».

La NOBLEZA YA NO OBLIGA, AHORA

Privilegios

Más allá del interés crematístico de las marcas, la atracción social hacia la aristocracia aporta señales paradójicas. Tener un título no genera más privilegios que el de poder incluir la distinción de ilustrísimo en las tarjetas de visita (excelentísimo si el título tiene la categoría de grande de España). Ni un noble disfruta de derechos que no tenga un ciudadano de a pie, ni recibe remuneración alguna por ser de alta alcurnia.

Visto así, ser conde o marqués es un dato tan poco reseñable como ser del Barça o del Atleti. Sin embargo, cualquier noticia protagonizada por un aristócrata despierta un morbo especial en la población. En lo que va de 2022, se ha producido en España una veintena de crímenes por violencia machista, pero ninguno ha generado tantos comentarios y ríos de tinta como el protagonizado por Fernando Miguel González Castejón, conde de Atarés y marqués de Perijáa, que recientemente asesinó a su pareja y a una amiga de esta en el barrio de Salamanca de Madrid. A la estafa que sufrió el Ayuntamiento de esta ciudad con la venta de un lote de mascarillas durante la pandemia, el descubrimiento de que detrás de la operación estaba Luis Medina, hijo del duque de Feria, le dio una inesperada dimensión social y morbosa.

«Tener títulos no aporta privilegios, pero ser conde, duque o marqués lo cambia todo», reconoce el diplomático, escritor y dramaturgo Íñigo Ramírez de Haro. Él conoce bien el paño: es marqués de Cazaza en África, lleva toda su vida rodeado de apellidos compuestos y ha visto de cerca la evolución que ha ido experimentando la aristocracia española desde la llegada de la democracia. «Hace años, muchos ocultaban el título porque parecía algo desfasado, impropio de los tiempos. Hoy lo destacan porque ven que no solo no causa rechazo, sino que genera atracción», compara el autor de La mala sangre, donde traza un crítico retrato de la nobleza española y en especial de su familia, con la que anda en pleitos por herencias.

¿A qué se debe este repentino interés por una categoría que hasta hace poco se veía demodé? En opinión de Ramírez de Haro, el cambio de percepción social de la nobleza tiene motivaciones culturales y políticas. «Está relacionado con el resurgir que estamos viviendo de ciertos valores conservadores asociados a la identidad y lo nacional. En tiempos de crisis, globalización y pluralismo, el noble evoca una seguridad antigua y fiable que habíamos perdido», entiende el aristócrata.

El clasismo nunca fue un tic políticamente correcto. Ahora, en cambio, parece que presumir de apellidos da puntos a ojos del pueblo llano. «A fuerza de ridiculizarlos, han acabado popularizándolos. Cuando Pablo Iglesias se burlaba de los títulos de Cayetana Álvarez de Toledo en el Congreso o en los programas de la tele se reían de las manifestaciones de cayetanos en Madrid, sin saberlo los estaban encumbrando», sostiene Patricio Alvargonzález.

Él no tiene ningún título –Alfonso XIII le concedió uno a su tatarabuelo, que su familia no reclamó–, pero suele frecuentar los ambientes d la alta sociedad y, fruto de esa experiencia, en la cuenta falsa de Instagram @Cayetanosaenz suele publicar ácidos post sobre ese mundillo, que ahora ha retratado en clave de humor en la novela Conservados en champán. En su opinión, la aristocracia acepta con gusto el renovado interés que despierta. «Están encantados de mostrar sus lámparas de araña en las redes. Y si eso trae una entrevista en el Hola!, mucho mejor», opina.

CÓSIMA RAMÍREZ

Empresaria del sector moda

Futura marquesa o baronesa

La hija mayor de Ágata Ruiz de la Prada y el periodista Pedro J. Ramírez heredará algún día alguno de los dos títulos que ostenta su madre: marquesa de Castelldosrius y baronesa de Santa Pau. De momento, a sus 32 años ya dirige el departamento de relaciones internacionales de la firma de su madre, ejerce de ‘influencer’ en el mundo de la moda y ya ha sido portada de la revista ‘Vainty Fair’, donde confesó su bisexualidad.


INÉS DOMECQ

Diseñadora de moda

Marquesa de Almenara

La mujer de Javier Martínez de Irujo Hohenlohe-Langenburg no debe su fuerte ascendente en el mundo de la moda y la alta sociedad a su matrimonio con un miembro de la Casa de Alba, sino a su condición de diseñadora favorita de la ‘jet set’. Tras pasar por varias firmas de alta costura, en 2020 lanzó su propia marca, The IQ Collection. Sus prendas nunca faltan en los saraos de postín. Hasta la reina Letizia ha lucido sus vestidos.


VICTORIA FEDERICA

‘influencer’ y modelo

Quinta en la sucesión a la Corona de España

A sus 21 años, la hija de Elena de Borbón y Jaime de Marichalar ha dejado de ser la nieta favorita del rey emérito para convertirse en el máximo exponente de la nueva generación de jóvenes aristócratas que reclaman su sitio. No se pierde una fiesta, tiene 198.000 seguidores en Instagram, ha sido portada de ‘Elle’ y la firma Hoss Intropía la ha fichado como imagen de marca. Es la reina de las ‘influencers’ con pedigrí.


TAMARA FALCÓ

ESTRELLA DE LA TELE E ‘INFLUENCER’

Marquesa de Griñón

Desde que descubrió que su aire de pija despistada era su ‘punch’, su figura no ha parado de crecer. En la última década se ha prodigado en la tele: ganó ‘MasterChef Celebrity’, colabora en ‘El hormiguero’ y ya ha protagonizado dos docuseries. Tiene una marca de moda y 1,2 millones de seguidores en Instagram. La hija de Isabel Preysler y el difunto Carlos Falcó es la alumna aventajada de la nueva camada de nobles con ganas de figurar.


ANA TORROJA

Cantante

Marquesa de Torroja

En 1961, Franco otorgó al abuelo de Ana Torroja el título de marqués en reconocimiento a su destacada labor como ingeniero de caminos. En los tiempos de la Movida, la cantante nunca presumió de aristócrata, pero el año pasado, tras fallecer su padre, solicitó heredar el título. «A él le hacía ilusión», ha alegado. En febrero de 2022, tras abonar los correspondientes 805 euros de impuestos, el BOE publicó su nombramiento como marquesa.


BRIANDA FITZ-JAMES

Diseñadora

Futura condesa de Siruela

A la nieta de la duquesa de Alba –es hija de Jacobo Fitz-James, conde de Siruela– siempre le tiró el arte. Se ha formado en las mejores escuelas de diseño y a sus 38 años ya ha hecho ilustraciones para firmas como Gucci, Lewis, Bombay Saphire o Swatch. Hace años también ejerció de Dj. También ha creado su propia marca. Muchos creen ver en ella el espíritu libre y creativo de su abuela Cayetana.


ÁLVARO FALCÓ

Empesario

Marqués de Cubas

El primo de Tamara Falcó –hijo de Fernando Falcó, fallecido en 2021, y Marta Chávarri– creció a la sombra de los paparazis y esa presión le hizo rehuir siempre el primer plano. Su mundo es la empresa y en ese ambiente se ha movido bien. A sus 37 años, atesora varias inversiones inmobiliarias, participaciones en restaurantes, clínicas, ‘start-ups’ y fondos de inversión. Su reciente boda con Isabel Junot reunió al ‘who is who’ al completo de la aristocracia española.


FERNANDO FITZ-JAMES

Empresario

Duque de Huescar


El hijo del actual duque de Alba heredará algún día una fortuna valorada hoy en 3.000 millones de euros (aparte de 50 títulos nobiliarios). Solo mantener vivo ese capital ya es un arduo trabajo, y para esta función ha estado formándose desde la cuna. Hace cinco años entró a trabajar en el Banco Santander, aunque actualmente su mayor dedicación se centra en la gestión de las múltiples empresas y explotaciones que posee su familia.


LUIS MEDINA

Broker de materias primas

Marqués de Villalba

La prensa le llama a menudo ‘duque de Feria’, pero ese título lo heredó su hermano Rafael, que le ha cedido el otro que le dejó en herencia su padre. Habitual en el mundo de la moda –llegó a ser embajador de Dolce & Gabbana y no se perdía una pasarela–,

su nombre ha quedado manchado por su implicación en la venta irregular de mascarillas al Ayuntamiento de Madrid en la pandemia. Ante el juez se presentó como «broker de materias primas». 

Apellidos en el Ibex

Pero no toda la nobleza desfila por las pantallas y las páginas de las revistas. La aristocracia española la forman hoy 2.200 familias entre las que hay de todo. Unas son conocidas por su dimensión mediática, otras llevan el título con discreción y otras, sin presumir nunca de linaje, saben aprovechar el privilegio de pertenecer a la élite para mantener en ella a sus sucesores. No en vano, en los consejos de dirección de las compañías del Ibex sigue siendo habitual encontrar apellidos con pedigrí.

La que sí parece haber desaparecido del todo es la función que tradicionalmente tenía la aristocracia como fuente de referentes y valores para la sociedad. «Veo hablar mucho de nobles, pero muy poco de nobleza», se lamenta el historiador Amadeo-Martín Rey y Cabieses, autor del libro Anécdotas de la nobleza española, donde, más allá de enumerar lances poco conocidos de estas figuras, glosa la cualidad de sus actos. «La gente se sorprendería de saber la cantidad de marqueses, duques y condes que hacen trabajos por la sociedad de manera desinteresada y discreta. Pero estos no salen en los papeles, y deberían, porque la verdadera función del noble es dar ejemplo», advierte el investigador

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