Arpad Weisz (1895-1944) y Ernest Erbstein (1899-1949), húngaros de origen hebreo, fueron los mejores entrenadores de su tiempo, en el fútbol italiano de finales de los años 30. Sin embargo, los dos técnicos también fueron prisioneros del tiempo que les tocó vivir.

Weisz hizo historia con el Bolonia, "lo squadrone che tremare il mondo fa" (el equipazo que hace temblar el mundo), con el que conquistó los "scudetti" de 1936, 1937 y 1938. Antes, en la Ambrosiana -la denominación del Inter en la época fascista-, club con el que ganó la liga, fue el descubridor de Peppino Meazza, el gran delantero que da nombre al estadio de San Siro. Weisz, un estudioso del fútbol, perfeccionó su método en viajes por Sudamérica y fue el coautor del vanguardista "Manual del juego del fútbol". Erbstein, por su parte, tras una corta carrera futbolística en Italia, probó suerte en la liga estadounidense, en la que militó en los Brooklyn Wanderers, los Brooklyn Errantes, una cruel ironía que insinuaba cuál iba a ser su destino, su posterior diáspora... Erbstein regresó a Hungría, se diplomó en Educación Física y profundizó sus estudios en las tácticas de juego y la preparación física de los jugadores. Al igual que Weisz, fue un renovador, al popularizar los ejercicios de calentamiento previos a un partido. Erbstein subió en tres años a la Lucchese desde tercera división a la Serie A, un logro que despertó en 1938 la atención de Ferruccio Novo, el dirigente que quería convertir al Torino en el mejor equipo del mundo. En su primera campaña con el equipo "granata", la 38-39,Erbstein logra el subcampeonato por detrás del Bolonia, que seguía arrastrando la inercia triunfadora de Weisz, técnico boloñés hasta el año anterior.

La marcha de Weisz no fue voluntaria. En 1938 Mussolini había aprobado las leyes raciales, que le obligaron a huir de Italia junto a su familia. Un año después, Erbstein, junto a su mujer y sus dos hijas, y gracias a un salvoconducto facilitado por Novo, emprendería el mismo camino al no valerles tampoco su condición de católicos. Ambos entrenadores emigraron a Holanda. Los Weisz hicieron escala en París. A los Erbstein les costó un mes atravesar Europa. Weisz se estableció en Dordrecht, un pueblecito en el que rememoró sus tiempos de entrenador dirigiendo al humilde equipo de la localidad hasta la quinta plaza de la primera división. Poco antes de la invasión nazi de Holanda en 1941, Erbstein prosigue su huida y regresa a Budapest. Encuentra trabajo como representante de una firma textil italiana, lo que le permite mantenerse en contacto con Novo e incluso, después de "italianizar" su nombre como Ernesto Egri, viajar clandestinamente a Italia para asesorar al presidente torinista en materia de fichajes, ya que el avance de la guerra no haría suspender el campeonato transalpino hasta 1943. En esas reuniones Erbstein y Novo pactaron el fichaje de Valentino Mazzola, el gran capitán del Torino de la posguerra. Menos fortuna tuvieron los Weisz, muy conocidos en Holanda por la tarea de Arpad con el Dordrecht. Fueron arrestados en agosto de 1942 por los militares nazis y recluidos en varios campos de concentración hasta llegar a Auschwitz. El 2 de octubre de ese año, Arpad fue separado de su mujer Clara y sus hijos Roberto y Clara, que fueron asesinados tres días más tarde. La mayor resistencia física permitió sobrevivir a Arpad hasta el 31 de enero de 1944.

También en 1944, con la ocupación alemana de Hungría, Erbstein fue finalmente arrestado y hecho prisionero en un campo de exterminio. Azarosamente, Ernest consiguió escapar y vivir como un fugitivo en los meses siguientes, hasta que se encontró con Raoul Wallenberg, un diplomático y filántropo sueco enviado a Budapest que, como hiciera Oskar Schlinder, desafió al poder nazi y usó su estatus para dar cobijo a miles de judíos. Les entregó los "SchutzPass", pasaportes que los reconocía como suecos en espera de repatriación. Wallenberg ayudó a Erbstein y a otros refugiados judíos alojándolos en inmuebles alquilados en los que colocaba en la fachada letreros falsos como "Biblioteca de Suecia" o "Instituto Sueco de Investigaciones".

Con la segunda guerra mundial acabada y la guerra fría germinándose, Wallenberg fue encarcelado por las autoridades soviéticas, que le acusaron de trabajar para Estados Unidos. Sólo en 1957 la URSS reconoció que, diez años antes en la prisión de Lefortovo, Wallenberg había fallecido.

La bailarina portuguesa.

Erbstein se reencontró con su familia y regresó a Turín. El presidente Novo todavía le esperaba para culminar el viejo anhelo, el Gran Torino. Primero como una especie de manager plenipotenciario, después como entrenador junto al inglés Lievesley. Con su disciplina táctica y su tacto humano, formó una escuadra perfecta, comandada por el genial Mazzola. Erbstein, generoso, hizo feliz a la Italia de la posguerra, al país que todo le arrancó con la expulsión de años atrás. Aquel Torino maravilló al mundo entero, con cinco campeonatos consecutivos y con giras promocionales por Brasil donde su imparable fútbol atacante cautivó a la "torcida" y a la populosa colonia italiana. Como saben, todo acabó el 4 de mayo de 1949, de regreso de un amistoso en Lisboa. Erbstein, el entrenador que había sobrevivido a la barbarie nazi, y todo el Torino desaparecieron en la catástrofe aérea de la colina de Superga. Entre cadáveres y amasijos de hierro, la maleta de Erbstein apareció intacta. Dentro encontraron ropa, documentos y, embalada en papel de regalo, una muñeca bailarina portuguesa para su hija, la pequeña Susanna, a quien regalaba una muñeca tras cada viaje al extranjero porque quería ser de mayor una gran bailarina. Con el tiempo Susanna se convirtió en una coreógrafa de fama mundial. Y conserva la bailarina portuguesa como su mayor tesoro.

Ni el Bolonia ni el Torino han vuelto a vivir otra época tan dorada como cuando eran dirigidos por sus perseguidos magos magiares. Sus títulos desde entonces han sido aislados, a cuentagotas. La pasada temporada, ambos conjuntos lucharon denodadamente, codo a codo, para huir de la última plaza de descenso a la Serie B. Con los goles del ex valencianista Di Vaio, el Bolonia volvió a ganarle la mano al Toro, como en el "scudetto" de 1939.