6 de octubre de 1991. Mañana se cumplen 20 años de uno de los más grandes acontecimientos de la historia del deporte valenciano. La historia se desmemoria y tan sólo un homenaje que se les brindaba ayer en el Centro Excursionista de Valencia recordaba la gesta de Rafael Vidaurre y Coque Pérez: ser los primeros valencianos en hollar la cumbre del Everest. Fueron ellos los que alcanzaron el objetivo dentro de una expedición que también formaban Juan Carlos Gómez (jefe de la expedición), Joan Grifol, Javier Botella y Moisés García. También les acompañaban la médico Victoria Amigó y el cineasta Paco López.

Dos décadas después, Rafael y Coque visitan Levante-EMV para recordar aquellos casi tres meses de aventura. «Salimos de Valencia el 2 de agosto y regresábamos el 28 de octubre». Son los que han pasado a la historia «porque somos los que marcamos el gol de un equipo que éramos los seis. A veces pensamos que tenemos una cuota de protagonismo que no merecemos, puesto que los otros cuatro formaron parte exactamente igual de la aventura, con la única diferencia de que fuimos nosotros quienes conseguimos en objetivo».

El ascenso al Everest fue el final de un proceso de maduración de una excelente hornada de montañeros. Llegaban con experiencia de sobra. Rafael había subido el Nanga Parbat en 1986 «fui el primer valenciano que ascendió un ocho mil junto a Moisés y a Miguel Gómez, de quien todos nos acordamos porque falleció meses atrás». Coque subió el Annapurna en 1987. El permiso para ascender el Everest se había solicitado con más de siete años de antelación. Era el momento. «No es la montaña más difícil de subir, pero es la más alta, con la dificultad que entraña y, obviamente, es el deseo de cualquiera: subir más arriba que nadie en el mundo».

Otro aspecto a considerar es que la expedición valenciana fue la primera que subió ese año. «Y no habría muchos mas. Tan sólo unos rusos subieron después». Se subió por la cara sur, la misma que trazaron Edmund Hillary y Tenzing años atrás. «Porque China todavía tardaría unos años en abrir la cara norte, que es la suya, y darse cuenta que podían ingresar mucho dinero».

Ayuda de la Generalitat

Dinero. Eso también era necesario. Hace veinte años una expedición era mucho más cara incluso que ahora. Pero fue la propia presidencia de la Generalitat quien hizo propia la aventura. A través de José María Felip tuvieron acceso a Joan Lerma. Un total de 25 millones de pesetas de los de entonces. Era mucho dinero y no se podía fallar o, por lo menos, poner todos los medios para acercarse al éxito. «Teníamos claro que ascenderíamos con oxígeno. el objetivo era llegar, pero también volver». Una cámara grabaría la película para Canal Nou en justa correspondencia.

Ataque previo de Carlos y Moisés

La ascensión se hizo en una época en la que acababa de pasar la temporada del monzón, con lo que la expedición sabía que les esperaba un Everest muy nevado. El ataque definitivo fue el tercero después de dos intentonas. «Juan Carlos y Moisés llegaron a la Cumbre Sur, a poco menos de 70 metros de la meta, pero ahí tuvieron que pararse».

La ascensión definitiva fue de cuatro días desde la salida del campamento base. Una cantidad de tiempo más o menos clásica. Antes de llegar había que superar tres hitos: la Cumbre sur, un pequeño promontorio desde el que casi se puede tocar la cima. El Escalón Hillary, una pared vertical de 14 metros y la cresta cimera, el último paso.

«Recuerdo que hacía muy buen tiempo. Un sol espléndido. Algo de viento, pero lo normal cuando estás casi a nueve mil metros de altitud. No teníamos sensación de frío» relata Coque Pérez. La acometida final la hicieron con dos montañeros aragoneses, Toño Ubieto y Pepe Garcés. Rafael sufrió mucho. «Conforme subíamos me daba cuenta de que me estaba quedando sin visión, agravada por la superficie totalmente blanca a pleno sol. Era una sensación de gafas empañadas. Sólo veía sombras». Fue él quien pisó la cima primero. «Pero allí arriba no puedes ni disfrutar y, en mi caso, fue un auténtico drama. Sólo pensaba en salir de allí porque era consciente de que, sin visión, corría muchísimo riesgo de despeñarme en la bajada. Apenas pude llamar con el walkie confirmando que habíamos hecho cumbre». Subieron los otros tres, incluyendo a Coque, que venía con déficit de oxígeno. «No recuerdo haber celebrado prácticamente ninguna cumbre. No hay tiempo para mucho». Bajaron los cuatro juntos. «Íbamos muy pegaditos. Conforme descendíamos empecé a recuperar la visión» recuerda Rafael.

Precipicio a los dos lados

Hay que estar allí arriba para saber exactamente lo que es la ascensión al Everest. ¿Cómo son los últimos metros?. Pues una cresta en forma de pirámide, en la que el viento crea una cornisa de hielo y nieve. «A ambos lados, el precipicio». Respeto, pero no miedo. «Con experiencia vas perdiendo el miedo a la exposición vacío», aunque Coque Pérez recuerda de aquel descenso «apoyar el piolet más lejos de lo que debía, sacarlo y ver el cielo azul debajo mío».

Ha pasado el tiempo. Pero Coque lo reconoce: «me sigo emocionando cuando veo la película». Rafael lo recuerda como «algo importante. Es cierto. Luego nos dieron la medalla de oro de la ciudad». El recibimiento en el aeropuerto y los agasajos posteriores los convirtieron en personajes populares durante un tiempo, para volver posteriormente a su feliz anonimato.

Ahora ven la montaña sagrada de forma diferente. «El Everest se ha comercializado en exceso. Todo aquel que lo sube merece un respeto, porque hay que tener fuerza y valor para ello. Pero la nuestra aún era otra época. Y lo conseguimos».