Pellegrino: El reto de Mestalla (y del entorno)
J. V. Aleixandre
La de Mestalla siempre ha sido una grada muy complicada, cuando no hostil, para los entrenadores de casa. Baste recordar como trató, en los últimos tiempos, a Unai Emery o a Quique S. Flores. Por no remontarnos a lo mal que lo pasó al principio el triunfal Rafa Benítez. O la intransigencia de la que fueron víctimas el mismísimo Alfredo di Stefano y el sabio Pasieguito, descalificados por la ciencia infusa que apoltrona sus barrigas en la tribuna. «Eixe no té ni puta idea», acostumbran a sentenciar, sea quien sea el ocupante del banquillo valencianista.
Se trata de un posicionamiento absurdo, más próximo al masoquismo que al sadismo, pero si para algo existe el fútbol, además de para gozar y sufrir a la vez, es también para canalizar los impulsos irracionales del personal. Mano de santo.
Este aparente absurdo entre los lazos sentimentales hacia el propio equipo y la animadversión contra quien lo dirige no es, sin embargo, gratuita. Viene fomentada y orquestada por el enorme aparato mediático que, cada día con mayor potencia y estridencia, envuelve al fútbol. La competencia periodística es dura, y cuando se plantea en términos de supervivencia, el sectarismo es su consecuencia más peligrosa. O estás conmigo o estoy contra ti. Ése es el primer gran obstáculo con el que se va a enfrentar El Flaco. No el modelo táctico a imponer, ni los futbolistas a descartar ni los fichajes a recomendar. Nada de eso. Su primera decisión será la de (in)elegir aliados y marcar su territorio propio. De su audacia en este campo dependerá mucho su trayectoria inicial y su destino final. Braulio Vázquez, su superior jerárquico —aunque aquí no hay más jefe que Llorente—, puede aleccionarle al respecto. No hace mucho fue víctima de un campaña de chantaje burdo y pueril, a cuenta de una entrevista concedida a este periódico. Una memez. Pero así (de enfangado) está el patio.
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