Antonio Puchades Casanova dejó ayer un poco más huérfano al Valencia CF. Falleció a los 87 años, en Sueca, donde nació y vivió toda su vida. Allí tuvo siempre sus raíces, de las que sacaba pecho a la mínima ocasión. Llevaba algún tiempo recluido en su casa-museo, aunque hasta hace cinco o seis temporadas aún se le podía vér por Mestalla para presenciar los partidos del Valencia. Tonico Puchades se erigió, hace décadas, en el mejor emblema del VCF y en el gran mito del valencianismo. Pasará a la historia como el auténtico pulmón del equipo de Mestalla y también de la selección española, hasta ser proclamado el mejor medio izquierdo del Mundial de 1950 celebrado en Brasil, donde formó parte del equipo ideal del campeonato, elegido por los críticos. España alcanzó en este torneo la mejor clasificación de su historia: cuarta. Con Guillermo Eizaguirre como técnico, Puchades debutó con la Selección, el veinte de marzo del año 1949 en Lisboa, contra Portugal (1-1). Desde ese día, todos los seleccionadores accedieron a que comiera paella en las concentraciones, como acostumbraba en el Valencia.

Al regresar de ese primer partido internacional, Antonio tomó en Valencia un tren a Sueca. Una vez allí, dio un rodeo por las afueras del pueblo, hasta llegar a su casa, para esconderse, por timidez, del entusiasmo de sus paisanos. Así era Puchades. Tras doce años en el Valencia, al que permaneció fiel pese a las ofertas del exterior, se alejó del fútbol y se dedicó a sus negocios y al campo, en Sueca. Siempre en casa. Su pundonor, su regularidad y el profundo afecto que siempre mostró hacia la entidad de Mestalla tuvo su contraprestación. Fue admirado y respetado por todos y prueba de ello es que su nombre fue el único que se salvó en la Fundació VCF tras el desembarco del equipo de patronos designado por la Generalitat Valenciana. Las batallas institucionales no podían salpicar a toda una institución como Puchades, ya muy enfermo.

Dijo "no" al Barça

Su biografía, como la de cualquier otro mito, está plagada de leyendas. Es cierto que, antes de los partidos, atenazado por los nervios, vomitaba la comida en el lavabo del vestuario. Está documentado, además, que dos directivos del Barça almorzaron en el Ateneo de Valencia con otros dos del Valencia y el jugador, para apalabrar su traspaso, pero, puestos de acuerdo ambos clubs, el jugador dije no, se levantó de la mesa y se marchó a Sueca. Puchades nunca explicó el motivo de su decisión, pero algunos la atribuyen al miedo que le entró al verse vestido de azulgrana, colores incompatibles con su daltonismo. Sea como fuere, Puchades guarda entre los innumerables trofeos de su vitrina, un reloj de oro que le regaló el Barça, por acceder a jugar un amistoso en el Camp Nou, un día de Fallas.

Poderío, carácter y entusiasmo

Como jugador dejó su sello. Cuando Puchades se plantaba en el centro del campo y abría los brazos, hacía la raya. Ese gesto tenía una doble lectura: el rival intuía que, difícilmente rebasaría esa posición marcada por el medio blanco; sus compañeros sabían que, a partir de ese instante, estaba prohibido dar un paso atrás. Puchades se bastaba para cargarse el equipo a sus espaldas y, con cuatro zancadas, tirar de él. Sus recursos técnicos eran justos, pero suficientes para arrastrar a los suyos y empujar al rival. Su poderío le convirtió, cuando formó pareja con Santacatalina primero y con Sendra después, en medio de ataque. A Pasieguito, le robaba los balones, se los entregaba sin complicarse la vida, y le guardaba las espaldas. Transmitía al equipo su carácter y contagiaba su entusiasmo a la grada. Nunca daba un partido por perdido.

Sueca y el valencianismo están de luto desde ayer. Las banderas del consitorios de la Ribera Baixa , y también las de la Ciudad Deportiva de Paterna, ondearán a media asta durante tres días. Sus restos mortales fueron recibidos en la Casa Consistorial entre aplausos cerca de las 14 horas de ayer. El entierro, previsto para las 16 horas de hoy, será en la Reial Església de la Mare de Déu de Sales.