El orgullo de los últimos minutos congeló la ira de la grada. Porque Mestalla, en otras épocas tan exigente, empieza a acostumbrarse a las decepciones. A presenciar partidos impropios de un rival que aspira a codearse con los grandes cuando su realidad es que debe evitar flirtear con los mediocres. El desánimo de Mestalla empieza a ser habitual; tan repetitivo como los problemas defensivos de un equipo que no sabe qué hacer cuando se ve superado en el marcador. Una situación que se repite porque, equipo menor que visita Mestalla, rival que colorea al anfitrión.

Mestalla empieza a estar harta de ver jugar a un equipo despersonalizado que no sabe a qué juega y que físicamente es superado por su oponente. Ayer, en la segunda parte, el Valladolid ridiculizó al Valencia y, sólo el gol de Feghouli, minimizó el «empastre» Porque el partido fue una noria. Cuando mejor jugaba un equipo, marcaba el rival. Y a la inversa. Y el jugador más pitado, Feghouli, fue precisamente el que evitó la derrota. Y eso que, a priori, empezaba bien el partido. Sólo habían pasado cinco minutos cuando Delgado Ferreiro dictó penalti tras un derribo de Mariño a Barragán, pero Banega lanzó la pelota fuera. Una acción que desconcertó al imberbe Valencia y de la que el Valladolid sacó petroleó porque, mientras unos y otros se preguntaban qué había pasado, Javi Guerra le coló, con la pasividad de la defensa, el primero a Guaita. Por enésima vez, el Valencia tenía que nadar contracorriente, un acto que empieza a ser demasiado habitual. La excusa de que el Valencia es un equipo en construcción empieza a ser una justificación cansina. La defensa, y eso que Djukic se empeña en afirmar que esta línea es básica, está cogida con hilos y cada vez que el rival merodea el área de, ayer Guaita y antes Alves, el peligro es más que evidente. Pero como el futbol es caprichoso, cuando más agonizaba el equipo y el Valladolid le cogía el timón al partido, Dorlán Pabón coloreó a Mariño al marcar el 1-1 en un chut de más de 25 metros. El colombiano, en estado de gracia, anotaba el empate y congelaba los pitos de Mestalla hacia el equipo y, de forma puntual, hacia Ever Banega.

El gol alentó al equipo, inicialmente el mismo que jugó y ganó al Getafe, a poner más intensidad al partido y a jugar con más velocidad cuando se tenía el balón, ya que el Valladolid jugaba con las líneas muy juntas y esto se le atragantaba a los locales que, una y otra vez, escuchaba como desde la grada se le pedía más coraje „«échale huevos, Valencia échale huevos», se escuchaba„. El «trivote» que tan bien funcionó en el Coliseum se atascó en Mestalla, en parte, porque a Banega le faltó ritmo y eso obligó a Fuego y a Parejo a duplicar sus esfuerzos. A ello reaccionó Djukic sentando al argentino y dando entrada en el descanso a Canales. El cántabro, uno de lo mejores en Suiza, le dio frescura al juego. Pero como parece que este equipo no aprende, un nuevo error defensivo , sirvió para que Alcatraz desnivelara el marcador y JIM celebrara el gol como si de un triunfo se tratara. Y es que, la rentabilidad del Valladolid fue máxima. El gol, lejos de hacer reaccionar al equipo, lo hundió para convertir la segunda parte en un monólogo del Valladolid. Pero, como el partido era una noria, en una contra, Feghouli „que al salir al campo por Piatti se llevó una gran pitada„ volvió a equilibrar el marcador. Y, a partir de este momento, el equipo sí espabiló pero ya era tarde. El Valencia se volcó sobre el área de Mariño para, a la desesperada, buscar una victoria que no llegó.