Hasta cómo cárcel se ha pensado en utilizarlo. El estadio Amazonia de Manaos cumplió el miércoles su último servicio con el Honduras-Suiza. Ahora queda como monumento a esas sinrazones que sólo ocurren en eventos como el Mundial de Fútbol, en el que los costes y el legado importan más bien poco.

Manaos es una urbe en mitad de la nada amazónica, que creció al abrigo de la industria cauchera y que tuvo que reinventarse cuando la pérdida del monopolio y la aparición de materiales sintéticos hicieron innecesaria la presencia de miles de trabajadores-esclavos y de multimillonarios propietarios.

Alejado de cualquier otra parte, y especialmente de la franja costera del país, el fútbol no tiene prácticamente presencia. Sin embargo, ahora hay un estadio de 250 millones de euros que tan sólo puede albergar a clubes como el Nacional, que disputa el modesto campeonato amazónico, y al que ni está ni se le espera en el Brasileirao, la liga estatal.

El ministro brasileño de Deporte, Aldo Rebelo, aseguró ayer, en declaraciones que recoge Efe, que Manaos «está preparada para recibir otros grandes eventos». Pero pocos eventos se prevén en Manaos, donde las condiciones ambientales son poco adecuadas, y donde semejante «muerto» ni siquiera tiene pista de atletismo.

Además de Manaos, ya han dicho adiós las sedes de Curitiba, Cuiabá y Natal. Quedan ocho más en juego y la pregunta que se suscita es si realmente hacen falta tantos estadios en un Campeonato del Mundo o si todo es un gran movimiento especulativo, que algo de eso hay.