Quiero empezar este artículo uniéndome a la multitud de mensajes de apoyo y cariño a los afectados por las graves inundaciones que tuvieron lugar este martes pasado en Sant Llorenç, Mallorca. Me encantaría ahora mismo poder sumarme a la solidaridad de aquellos voluntarios que están aportando su granito de arena para recuperar el día a día lo antes posible, cambiar las botas de futbol y el balón por unas botas de agua y un cepillo, pero mis compromisos profesionales no me lo permiten. Desde la distancia mando todas mis fuerzas para que se pueda recuperar la normalidad cuanto antes.

A finales de agosto de 2011 viví en primera persona lo que es sufrir el peligro de la fuerza del agua. «Irene», con este nombre bautizaban al huracán que se acercaba hacía la zona en la que vivía yo. Era mi primera experiencia jugando en Estados Unidos, estaba cumpliendo el sueño de jugar con las mejores futbolistas del planeta y justo cuando termina la temporada, cuando quedaba algo más de una semana para coger el vuelo de vuelta a casa, tocó «salir por patas».

Nunca piensas que esto te va a suceder a ti. Recuerdo que no dejaba de mirar los telediarios para ver cómo se encontraba el huracán. Vivía en Somerset, muy cerca de la costa, con lo cual era el blanco perfecto para sufrir consecuencias. Barak Obama y Michael Bloomberg (alcalde de Nueva York) recomendaban a unos aprovisionarse de alimentos y obligaban a otros a abandonar sus casas.

Mi primera opción fue salir al supermercado más cercano, pero apenas quedaba nada. Ni gota de agua, toda agotada. Y ver a la gente tan alarmada me hizo aun aumentar mi preocupación. Con lo cual y sin darle más vueltas, llegué al apartamento, preparé las maletas y en pocas palabras; terminé huyendo. Lo hice hacia al interior, hacia Búffalo, donde el huracán ya iba a perder fuerza al alejarme de zona tropical, y ya de paso ciudad en la que al día siguiente se celebraba la final del campeonato liguero. Conduje más de 6 horas, pasé dos días allí hasta que todo se calmara un poco y poder volver.

No me llevé ninguna sorpresa al regresar ya que había estado siguiendo las noticias, y a mí misma me decía que había hecho bien yéndome. Había zonas arrasadas, mi apartamento había sufrido daños gracias a las caídas de árboles, los fuertes vientos y las grandes inundaciones por culpa de «Irene». Pero por más fuertes que fuesen los vientos o más agua que cayera, nada pudo impedir que se hiciese realidad aquel sueño de una niña que empezó de bien pequeña dando patadas a un balón que era casi más grande que ella, jugar en la que todos consideraban la mejor liga del mundo.