Entre jugar en campos de tierra como antiguamente a querer buscar cualquier pega/excusa porque el césped no esta en perfectas condiciones, hay una gran diferencia, una delgada línea que en ocasiones es fácil de cruzar.

En mis inicios afortunado era el domingo que jugábamos un partido en césped artificial. Cuando preparaba la mochila era sencillo qué tipo de bota iba a utilizar; las únicas que tenía, no existía duda. De hecho, recuerdo que hubo una época en la que insistía día tras día a mis padres porque quería las famosas botas blancas de Alfonso.

Mis peticiones caían en saco roto, con lo cual, por más que las pedía, nunca llegaban. Mis ganas de tener unas botas blancas me dominaban, así que sin pensármelo dos veces, estando un día en casa, me dirigí al lugar donde estaban guardados los botes de pintura con la fortuna que había uno blanco. Pincel en mano, transformé mis «antiguas» botas negras en blancas. Me habían quedado perfectas, como recién sacadas de la tienda.

El fallo fue que no comprobé el tiempo que iba a hacer el domingo. Diluvió. El campo donde jugábamos era de tierra, una vez más. Y esa mezcla entre agua y arena fue una mala combinación para que yo pudiese lucir mi obra de arte.

¿A qué voy con esto? A que el fútbol ha evolucionado una barbaridad, y lo que antes se nos hacía extraño, ahora lo vemos con normalidad. Incluso si el césped no está a nuestro «gusto» nos quejamos en lugar de valorar lo que estamos consiguiendo; pasar de jugar en campos apenas practicables a hacer historia llenando estadios.

Pero una cosa no quita la otra y sería un gran paso para la profesionalización del fútbol femenino, esa que tanto reclamamos, que todos los campos de la máxima categoría fuesen de césped natural, o en su defecto, artificial de calidad. El espectáculo es mucho más vistoso para la afición, además de una manera de disminuir la incidencia de lesiones graves como la LCA (Ligamento Cruzado Anterior) de rodilla. Llevar el calzado adecuado podría protegernos de este tipo de lesiones, no obstante este no es el único factor de riesgo. Que el terreno de juego no esté en buenas condiciones sumado a un mal estado físico del jugador/a también juegan un importante papel.

El continuo cambio de superficie implica también continuo cambio de botas, usar unos tacos distintos a los habituales e involuntariamente una variación en nuestros movimientos. El fútbol ha progresado a lo largo de la historia y con cuidar estos «pequeños» detalles haremos que siga siendo así con el paso del tiempo.