Una mañana soleada de un domingo cualquiera del mes de abril, ¡de hace 13 años! Bueno, una mañana cualquiera no. Esa mañana concretamente estábamos a punto de ganar nuestra primera liga en la máxima categoría. ¿Y cómo se afronta eso? Pues con nervios. Muchos. Demasiados diría yo, sobre todo para todas nosotras, que nos encontrábamos en una situación así por primera vez.

De aquella maravillosa plantilla que formamos el RCD Espanyol de 2006, en activo a día de hoy tan sólo queda otra jugadora más, Miriam, con la cual curiosamente comparto equipo en el Málaga CF. Me atrevo a decir que no éramos las mejores y que seguramente las apuestas no se decantaban por nosotras para alzarnos con el título. Fuimos en todo momento un grupo unido y un vestuario sano, capaces de superar y desafiar cualquier individualidad de otros clubes. Esas fuimos nosotras, un grupo de chicas que se aferraron a un sueño. ¿Por qué no íbamos a poder nosotras ganar la Liga?

Siempre fui de mirar hacia delante, optimista, ambiciosa, perseverante y con las ideas claras. No quería que el deporte como primera opción fuese un pasatiempo, lo que me llevó a fichar por el Espanyol, un club que apostó, que nos cuidaba, que nos hacía sentir valoradas.

Recuerdo esa mañana al detalle. Aun después de haber realizado una temporada rozando la excelencia, dependíamos de otro resultado para proclamarnos campeonas. El Sevilla tenía que perder o empatar en el campo del Athletic Club y, aunque sabíamos de la dificultad de que aquello sucediera, nosotras hicimos nuestros deberes. Ganamos en el campo del Puebla 0-2, con un gol de Sara y otro mío.

Una vez finalizado nuestro encuentro, al otro aun le quedaban diez minutos. Formamos un círculo en el centro del campo y colocamos el teléfono en medio, donde Olga, una jugadora que no estaba convocada por lesión y que se desplazó a Bilbao, nos iba narrando lo que iba sucediendo. ¡Diez minutos no aptos para cardíacos! El resultado allí era de 3-3. El Sevilla apretaba, buscaba la victoria, también querían la liga. Pero fue entonces cuando Olga grito: «Final, final, finaaal» y toda Extremadura tembló a causa de nuestros saltos de felicidad.

Ni el corazón, ni la cabeza olvidan aquellos momentos pero, por si acaso, Twitter se encarga de refrescarte la memoria, de devolverte a aquel campo. Leía estos días la noticia y sentía que era capaz de transportarme a aquel césped, incluso de respirar ese olor que se mezcla entre el calor y la hierba.

Siempre aposté todo por mis sueños y aprendí que hay cosas son apuesta segura. Me di cuenta de que el destino sacó ese as que tenía debajo de la manga preparado para nosotras.

La vida no nos espera. Pasa, así sin darnos cuenta, fugaz. ¡Uf, 13 años ya! El día que toque escribir un punto final, cerraré los ojos con fuerza y seguiré recordando porque valió la pena todo el sacrificio. Mientras tanto, como le digo a las más jóvenes: «A disfrutar y que nos quiten lo bailao».