Cuando un proyecto se ha desmoronado, hasta el simple instinto de supervivencia del rival te recuerda esa realidad ¿Se merece jugar el Valencia en Europa? ¿Se lo merece un equipo que ha sumado un tercio de los puntos tras el regreso de la pandemia (8 de 24)? ¿Que fuera de Mestalla solo ha arañado 3 de los últimos 27 puntos? ¿Que ayer no fue capaz de puntuar ante un Leganés con el agua al cuello, repleto de bajas, que jugó 45 minutos en inferioridad numérica, y con un penalti en contra? La derrota en Butarque es otro ejemplo, un reflejo más, de la temporada valencianista, que desde hace semanas se puede catalogar como un fracaso. Voro González intentó corregir el desastre acumulando todos los jugadores de ataque disponibles. Cuando se opta por la desesperación, es que ya no queda nada. Mientras el Valencia perdió otra ocasión para aferrarse a Europa, el Leganés se agarra a la posibilidad, aún utópica de la permanencia. Su defensa agonista del 1-0 fue, desde luego, el aspecto más emocionante de una tarde para olvidar en esta temporada autodestructiva.

El obús de Gonçalo Guedes al larguero a los siete minutos de juego fue la proyección de una imagen sin verdadera realidad. De un partido imaginado. Las redes de la portería de Pichu Cuéllar estuvieron temblando durante un minuto, como apuntó en Twitter Sid Lowe, el corresponsal deportivo en España de The Guardian. En un estadio en silencio, se detectan esas leves sacudidas sísmicas. En esos 60 segundos, se recreó el espejismo de poder ver a un Valencia dominador, ejecutando su superioridad ante un rival desesperado. El Leganés depende de un milagro para salvarse, llevaba cinco partidos consecutivos sin ganar en casa y presentaba las bajas de tipos como Bustinza, Omeruo y Carrillo. El aviso de Guedes, incluso, abría el apetito para glosar el aceptable final de temporada del luso. Sin lesiones, con continuidad, con la vitamina del gol y en un buen equilibrio personal. Los indicadores de estos últimos partidos, más que para apuntar al objetivo menor de la Europa League, sirven sobre todo para lanzar señales del Valencia que puede venir en el futuro. Con todo el mestallismo desconociendo qué pasa por la cabeza de Peter Lim, sólo queda interpretar qué jugadores están acabando el año en buen tono para intuir por dónde puede ir la planificación del verano, para saber quién quiere quedarse.

El disparo al larguero fue la excepción ruidosa, la anécdota del Valencia en la primera parte en Butarque. El dominio visitante era sólo aparente, con una posesión horizontal y lenta sobre un césped encharcado, entre la tormenta matinal y algún exceso en el riego. El partido se le rompió al Valencia en los detalles, por definición fortuitos, pero que a la larga acaban siendo justos para los equipos que los cuidan. Sucedió con una jugada de simpleza demoledora, en la que el Leganés insistió machaconamente: saque de banda de Jonathan Silva para ser peinado por Dimitrios Siovas (1,92 de altura). En la primera de ellas, Kondogbia interceptó con el brazo la jugada, de forma totalmente involuntaria, cuando el balón casi le había superado. Un penalti discutible si se interpretan matices, pero implacable si se aplica el reglamento. Ningún valencianista protestó una jugada que era dudosa. Solo Paulista intentó descentrar a Rubén Pérez. No surtió efecto tampoco la danza de Jaume Doménech, inspirada en aquellos pasos de Grobbelaar en el Liverpool-Roma de la final de Copa de Europa del 84.

El gol en contra dio paso, ya es costumbre, a un trance confuso en el Valencia. Se sucedieron las pérdidas y la poca precisión en los pases en el centro del campo. Los únicos acercamientos, antes del descanso, llegaron a pelota parada, en envíos de falta de Dani Parejo, difuminado hace semanas. Solo Diakhaby se anticipó en una ocasión. En otra, Kondogbia sufrió un leve agarrón (quizá suficiente en este fútbol tecnológico). La realidad más cruda era que el Valencia no inquietaba al Leganés y que el dispositivo de salida, con tres mediocentros naturales y Coquelin descolgado a la banda, no tenía sentido para tratar de romper el cerrojo defensivo de Aguirre.

Todo cambió en la segunda parte. A Ferran Torres, sustituto de Kondogbia para perfilar un 4-4-2 más clásico, se le anuló un gol por un justo fuera de juego. Y luego, en cinco minutos, del 53 al 58, el partido se decantó enormemente para los valencianistas, con la expulsión de Jonathan Silva y un penalti por manos. Parejo golpeó a un lado y fuerte. En su mente quería asegurar, ahorrarse sutilezas. Pero Cuéllar no solo adivinó la intención, sino que blocó el disparo. No quedaba otra opción que contribuir al asedio con los cambios desde el banquillo. El Leganés se parapetó en la barricada motivadora con la que el Vasco Aguirre pertrecha a todos sus equipos. Voro inyectó verticalidad por las bandas con Florenzi y Cheryshev y mandó el mensaje definitivo al retirar a Paulista por Kang In Lee.

Quedaban 18 minutos y el Valencia, muy activo en las bandas, sobre todo con Florenzi, fue rozando el gol. A pesar de la precipitación para armar los ataques, probablemente mereció, aunque fuera por simple por presencia en campo rival, sumar el empate ante un Leganés atrincherado. Cualquier otro resultado sólo habría tenido repercusión en la tabla clasificatoria. El daño estructural del proyecto seguirá ahí. Ciento un años a ninguna parte.