Toni Lato celebra con rabia su gol.

Un Valencia con orgullo tardío

En realidad, todo depende del Valencia. En la rabiosa reacción blanquinegra en la segunda mitad en Elche, con una mentalidad ambiciosa, un mayor orgullo y el convencimiento recobrado de tener más fútbol (el del cerebro privilegiado de Kang In Lee, entre otros), está la solución a los problemas del equipo. Y esa energía contribuirá, por extensión, a la supervivencia del club. No hay muchos clavos más a los que agarrarse, con una inversión en retroceso que conduce a la entidad derechita hacia el colapso y con una masa social activa, muy consciente del drama, pero que no ostenta ni la mayoría de las acciones ni la posibilidad de arropar a su equipo en la grada. La derrota en el Martínez Valero, aunque se pueda considerar injusta por las múltiples ocasiones en la segunda mitad (tras haber renunciado a la primera parte), debe servir de aviso claro. Es la tercera consecutiva en solo siete jornadas de Liga y debe ser suficiente para activar el chip de supervivencia.

Ya no se debe perder más tiempo en el lamento melancólico de ensimismarse en que la crisis del Valencia tiene su origen en el frívolo volantazo de Meriton al derribar por celos, por intereses o por incapacidad un proyecto reconocible y campeón. El tiempo del duelo ha pasado, tanto para castigarse por la grandeza perdida, como también para anticipar catatrofismos cuando todavía no se ha llegado ni al invierno.

El partido deja un sabor de boca amargo después de haber tirado por la borda una primera mitad que dibujó un estado emocional tan frágil como el cristal. Ese Valencia afligido con un entrenador al que no le han dejado dimitir, con pesos pesados que se quieren ir y con primeros espadas como Gabriel Paulista perdiendo los papeles.

Era un Valencia irreconocible cuyo primer disparo llegó en el minuto 40. Tuvo que ser a balón parado, con una falta pateada por Carlos Soler. El equipo de Gracia no había logrado desbordar por banda, ni mandar centros laterales, ni romper líneas con pases interiores o conducciones largas de los jugadores más habilidosos. Además, por quinta vez en este temporada con sólo siete partidos, el Valencia recibió un tanto antes del minuto 20. Una internada de Josán rompió el equilibrio de un encuentro en el que parecía que, por fin, no transcurrían noticias reseñables en contra del Valencia. El tanto dolió porque el carrilero franjiverde descosió en su diagonal el entramado preparado por Gracia para defender y atacar con más solvencia, el doble lateral formado por Lato y Gayà. El disparo a pierna cambiada sorprendió a Jaume, quizás con poca visión, como se quejaría igualmente en el segundo tanto.

Con otro nuevo golpe anímico en contra, despertó de nuevo la ansiedad en el equipo blanquinegro, como se vio en las quejas de dos capitanes, llamados a transmitir templanza: Gayà o en una reacción furiosa de Paulista tras una patada de Pere Milla. En la segunda acción, Soto Grado fue benévolo con la amarilla. Con la cabeza convertida en una tormenta, el Valencia acusó más todavía las dificultades para penetrar en la tupida zaga de cinco efectivos del Elche, un rival de conceptos defensivos muy definidos a pesar de renovar de arriba a abajo su proyecto deportivo con 14 fichajes y un nuevo técnico.

En el segundo tanto, el Valencia perdió la pelota en el inicio de la jugada después de otra pérdida ilicitana. Josán recuperó y Fidel, el otro lateral, batió a Jaume de un zurdazo pegado al palo. El Valencia obedeció a esa fiereza en la segunda mitad. Fue un equipo con ambición y orgullo herido, que jugó en campo rival, que encerró al Elche acumulando saques de esquina y que apretó y buscó el gol con ocasiones de Gayà, con un cabezazo en plancha tras una buena combinación entre Thierry y Musah. Y luego con Soler, que se asociaba desde la frontal y disparaba, con un Paulista que quería redimirse, igual que Thierry chutando al lateral de la red.

No sólo motivación

Esa mejora sustancial no se explicaba, solo, por una cuestión motivacional. También había un argumento futbolístico. Primero en aprovechar los espacios a la espalda de los laterales largos del Elche. Y luego porque con la entrada de Hugo Guillamón y Kang In Lee, el Valencia templó los nervios y encontró líneas de pase donde antes solo veía desencanto. Otro de los actores que entraron en la segunda mitad, Manu Vallejo, entregó en profundidad un gran balón a la carrera de Lato, que tumbó la salida de Edgar Badía, hasta entonces perfecto en todos los reflejos, para marcar a puerta vacía. El partido ya se continuaría librando hasta el final en campo del Elche, que capeó conforme pudo la tormenta para conservar tres puntos de oro para sus intereses.

En el fútbol nunca hay derrotas útiles. Pero la acontecida en Elche debe hacer reflexionar a Javi Gracia sobre la actitud con la que afronta lo que quede de su proyecto en Mestalla, aunque a todos les pueda parecer caduco, empezando por él mismo. Pero a encuentros como el de anoche debió referirse en su día Jorge Valdano, para que recordemos que el Valencia, pese a todo, tiene hechuras más que suficientes para dignificar su camino en esta Liga, a la que le quedan 93 hermosos puntos para cambiar todos los guiones, costumbre histórica en Mestalla.