Atrás han quedado los rascacielos de Benidorm que miran las playas cristalinas que atrapan los sentidos de quienes viven deseando beber los rayos del sol. Un azul brumoso envuelve la mar civilizadora. La universalidad devoró aquel lugar que fue de pescadores y que hoy lucha por mantener en su lengua materna sus tradiciones heredadas: La pilota sigue viva en su Trinquet y en su majestuosa cancha de Llargues, que volverá a ser sede de la máxima competición europea de clubes. Sí, puede convivir lo universal con lo particular. Sólo es cuestión de voluntades individuales apoyadas por la sensibilidad de las autoridades públicas. Sólo es cuestión de entender que lo natural es que el árbol crezca, se ramifique sobre las sólidas raíces de la tradición. Eso que hemos venido en concluir de unir y crecer con el respeto a las diversidades.

El viajero aficionado al viejo Joc de Pilota se dirige hacia el sur y llegados a La Vila, la patria del legendario Patxell, encarará hacia el interior, de espaldas al mar, en busca de las entrañas de la sierra de Aitana. Las aguas del embalse de Amadorio, con sólo mirarlas, parecen aliviar la pesadez sofocante de las horas centrales del verano. Atraviesas Orxeta y en continuada ascensión divisas en las faldas de la montaña madre valenciana un conjunto de casas. Aquello es Sella, la pequeña emperadora del Joc a Perxa, que es jugar a Galotxa con rayas. ¿Jugarían a pilota los viejos moriscos que habitaban aquellos territorios antes de su obligada expulsión? Quién sabe.

El viajero respirará ahogadamente en sus empinadas calles en busca de su Plaza Mayor, la más bella de las estampas que pueda pintarse para jugar a Pilota. Está la universal Gran Place de Bruselas, capital europea, con millones de habitantes y la Plaça Major de Sella, capital valenciana del Joc a Ratlles, con apenas unos cientos de pobladores que hablan y sienten en lengua valenciana.

Por fin llegas a una estrecha callejuela que abre sus brazos a la Iglesia Parroquial. Y allí, en el mismo lugar donde cada semana vuela la pelota, una placa metálica, incrustada en una de las fachadas de la calle, una preciosa obra artesanal, muestra la imagen del saque de Álvaro de Tibi, el mejor de su tiempo, el que derribó las murallas restadoras del legendario equipo de Kerksken en una inolvidable final de la Champions en la Plaza del Ayuntamiento de València. El que impresionó en las montañas andinas o en las planicies frisonas. El que dominó en el territorio valenciano.

Cada dos semanas, la tía Pepita, que vive junto a la placa, «mare de pilotaris i tía de pilotaris», se encarga, cual liturgia religiosa, de su limpieza y conservación. Y en ese detalle se concentra todo lo que significa este deporte en esta preciosa localidad en el centro de la sierra madre valenciana. Religión, liturgia, poesía, amor a la persona que nos dejó, que sólo hizo derramar amor mientras estuvo con nosotros. Desde ese mismo lugar, el primer fin de semana de noviembre, los mejores pelotaris de los mejores clubes europeos rendirán tributo a su memoria con la Champions de Llargues.