Los puertos son una infraestructura decisiva para el desenvolvimiento de la actividad económica, tienen carácter estratégico y constituyen un servicio esencial para el movimiento de las mercancías y el funcionamiento de nuestras sociedades. Un puerto genera riqueza, favoreciendo la economía y el empleo en su entorno.

A esa realidad no es ajeno el hecho de que cualquier conflicto en la operativa portuaria afecta gravemente al transporte de mercancías por carretera, no solo al que se relaciona directamente con el puerto, como el transporte de contenedores, sino también a otros tipos y subsectores que mantienen un vínculo indirecto en la medida que mueven mercancías de fábricas o almacenes cuyos productos elaborados o materias primas tienen alguna conexión con el tráfico portuario. En una economía tan interrelacionada como la que se desarrolla en la actualidad, el mal funcionamiento de un proceso acaba repercutiendo y afectando inevitablemente mucho más allá de los protagonistas que directamente se relacionan en él. Así sucede con las ineficiencias portuarias.

Sobre esas bases resulta difícil de entender que no sea posible una ordenación medianamente racional, y homologable a la del resto de actividades económicas, de la operativa de carga y descarga de las mercancías en los puertos, de la actividad estibadora.

El servicio de estiba está condicionado por un régimen de prestación anacrónico, basado en condiciones de privilegio y exclusividad inaceptables, asentadas sobre una responsabilidad compartida, la de quienes las imponen y disfrutan, y la de quienes no las cambian pese a poder hacerlo.

Ese sistema, y la facilidad que tiene para tensionar toda la cadena de transporte de forma unilateral e interesada, repercuten negativamente de manera automática sobre los transportistas por carretera.

En los puertos hay actividades de primera y segunda categoría, y, en consecuencia, se consiente que convivan trabajadores de primera y de segunda. No solo lo percibimos quienes contemplamos cómo se trabaja en los puertos, sino, sobre todo, lo sienten quienes desarrollan esos trabajos. En el puerto un estibador es un trabajador «pata negra», mientras el conductor de un camión... simplemente no es nadie. Más allá de las implicaciones económicas que se derivan de esa dualidad, de lo que percibe cada uno por su trabajo, hay también un problema de dignidad y consideración profesional y personal.

Desde el transporte nos manifestamos hartos de convivir con esta situación y de soportar que todas las ineficiencias de este sistema de trabajo nos repercutan de forma inexorable. No somos los únicos perjudicados, pero sí los más directamente comprometidos por esta sinrazón a la que nos enfrentamos en el desarrollo de la actividad portuaria cada día.