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Es verdad que la caída de los precios y el abultado paro español están permitiendo ganancias de productividad y de competitividad de la economía española, lo que desde la entrada en el euro ya no se puede conseguir por la vía clásica de las devaluaciones. Pero, aun con ello, España difícilmente podrá beneficiarse en la salida de la crisis del efecto arrastre del sector exterior con la misma intensidad en que lo hagan grandes países europeos con mayor potencial y tradición exportadores.

De hecho, la actual mejora de la balanza comercial española y la reducción del déficit exterior no están obedeciendo tanto al aumento de las exportaciones como a una caída de las importaciones.

Además, la demanda interna -que fue el gran revulsivo que permitió a España liderar en Europa la creación de empleo y superar el crecimiento medio del PIB de la UE hasta que sobrevino la crisis- no podrá recuperar su vigor mientras no se visualicen síntomas que permitan restablecer la confianza. No parece factible que España pueda recurrir de nuevo al sector inmobiliario como elemento tractor -como sí ocurrió en la salida de la crisis de 1992-1993- porque la edificación es un sector en "reconversión" a causa de los excesos perpetrados en los últimos quince años. Y porque además el acceso al crédito exterior para financiar a constructores y compradores va a ser mucho más restrictivo de lo que fue hasta 2008. Y ello no sólo porque se ha estrechado el mercado financiero con el colapso crediticio, sino porque los países, como España, con un fortísimo déficit exterior y elevada deuda privada, van a ser objeto de más cautelas por parte de aquellos otras economías que, como Alemania, con una fortísima tasa de ahorro interna, habían ejercido hasta hace un año de prestamistas. El anuncio de subida de impuestos del Gobierno español trata precisamente no sólo de paliar el aumento del déficit del Estado sino de dar seguridad a los mercados financieros.

Que algunos países centrales de Europa puedan emprender la recuperación antes que España puede tener un efecto benéfico, en la medida en que España podría beneficiarse por la vía del comercio exterior del repunte de la demanda continental. No en vano la UE es el principal destino de las exportaciones españolas. Pero España corre el severísimo riesgo de que otros Gobiernos puedan exigir al Banco Central Europeo una política monetaria menos laxa a poco que la incipiente recuperación de esos países se traduzca en recalentamiento de sus economías o en un mero repunte de los indicadores de inflación. Una subida de tipos de interés en la zona del euro antes de que España haya empezado a crecer con la misma consistencia que esos países puede cercenar cualquier vestigio de recuperación.