Se podría decir, aunque no es cierto, que el Banco de Valencia ha vuelto a casa. No es verdad porque ya no existe, pero, de alguna manera, sí lo es porque sus restos mortales, como el imponente edificio que fue su sede, han retornado, casi casi, al seno materno. Aunque su historia se remontaba a principios del siglo XX, primero ligado a la burguesía asturiana y, luego, a la valenciana, que lo reflotó, su trayectoria más reciente arranca en 1994 cuando el Banco Central vende a Bancaja el 24 % con el que controlaba el capital de la entidad valenciana.

Más tarde, la caja lo fusionó con el Banco de Murcia y elevó su participación al 40 %. Fue con ese porcentaje con el que el Banco de Valencia acabó formando parte del grupo Bankia, después de que en junio de 2010 Bancaja, Caja Madrid y otras cinco entidades de ahorros de menor tamaño se unieran. Ni Bankia ni el Banco de Valencia tenían los resortes suficientes para soportar la dureza de la Gran Recesión, como consecuencia, también o sobre todo, de una gestión muchas a remolque la una de la otra que fió buena parte de su expansión en la financiación inmobiliaria y, también, en operaciones tan dudosas que, al menos en el caso del banco, han dado lugar a numerosas querellas contra sus principales gestores presentadas por los antiguos pequeños accionistas o por el propio Frob.

La primera no pudo acudir al rescate del segundo y en noviembre de 2011 el fondo público Frob se vio obligado a intervenir el centenario banco. Tras realizar una inyección de capital cercana a los 6.000 millones de euros, justo un año después de acudir a su rescate, el organismo lo adjudicó por un euro a CaixaBank, que por un tiempo mantuvo la marca, ahora ya desaparecida. Bueno, no del todo, porque sigue presidiendo la entrada principal del emblemático edificio de pintor Sorolla que fue su sede y que, desde 2017, acoge el domicilio social de CaixaBank.

Es por eso por lo que casi una década después de sellar su acta de defunción, los restos del banco valenciano volverán a estar junto a la que fue su matriz, Bancaja, también desaparecida, aunque de ella quedan vestigios de mayor calado. La antigua sede, dentro de Bankia, y fuera de ella, ya independiente, la Fundación Bancaja y el Monte de Piedad. Todo ello, claro está, siempre y cuando la operación de fusión entre CaixaBank y Bankia acabe por fructificar.