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La hora de acortar distancias

Un mundo de dos realidades. Semanas como la que acaban son el claro ejemplo de que algo sigue chirriando, volumen en aumento, en la estructura sobre la que hemos venido construyendo nuestra existencia. Aumento de nuevo del paro tras el oasis veraniego, reducción del consumo, previsiones pobres o final complicado de año para muchos ya sin presupuesto en los bolsillos, versus tarjetas negras de saldo ilimitado y a costa del contribuyente, emisiones de deuda, o incluso limitaciones-regulaciones a movimientos como el micromecenazgo que ya prepara el Gobierno, para regular el pequeño hueco que pequeñas -y grandes- empresas habían encontrado para testear democráticamente el mercado antes de lanzarse al vacío de la demanda. Dos maneras de vivir la vida, una gran masa abajo con la otra arriba controlando los hilos de la realidad, esta segunda aupada por la primera a ejercer un control que, de tan opaco, se ha encontrado con una sociedad que cada vez tiene menos paciencia y, ahora también, más medios para quitar algo de oscuridad a unos movimientos que antes no podía ni imaginar. Es una sociedad que está cambiando, una exigencia de transparencia impuesta en voz alta desde abajo hacia arriba, con esta violentada por la falta de costumbre a tener que dar explicaciones.

Hace tiempo que la masa social viene dando muestras de una conquista silenciosa del terreno de la transparencia, de un deseo de escuchar mensajes sin subjetividad para construir después sobre ellos la credibilidad sobre la que se construyen las relaciones. Una realidad que no afecta solo a las instituciones y personalidades públicas, sino también a los entes privados y agentes del mercado que viven a costa de lo que pagan los consumidores. Y esa es una tendencia en auge que, gracias a la tecnología y empujada por el agotamiento de una economía dolorida, empresarios y marcas van entendiendo como norma básica del mercado evolutivo.

Las tendencias de consumo de los últimos años y las de los años venideros se rigen por esta forma agotada de ver y vivir el mercado, en el que ahora el consumidor siente que por primera vez tiene más poder que las empresas y entes que se dirigen a él. Ya no está dispuesto a quedarse con lo de siempre por las razones de siempre, ni a confiar ciegamente en la palabra de quienes le venden, ni a seguir soportando marcas que no son capaces de entender sus necesidades cambiantes.

Por eso, observando la realidad que nos narran los medios de comunicación, puede parecer que estemos llegando a un final de capítulo motivado por dos velocidades distintas de evolucionar, y en la que la gran masa, la de abajo, ha venido avanzando a un ritmo de vértigo que empresas, organismos y personalidades con los hilos en sus manos no han sabido o querido observar.

Pocas alternativas quedan, desde el lado de la empresa, para seguir siendo relevantes para un consumidor que ya no es el mismo, que cambiar con él, escucharle, darle voz e interiorizar la lección. Ser conscientes de que, como apuntan estudios de consumo, el consumidor reclama a las marcas que sean más responsables, más éticas, más transparentes y más democráticas. Que le ayuden a generar cambio, incluso que vayan por delante de él y se anticipen a lo que está por llegar. Que tiren de ellos, de nosotros, los consumidores.

El mercado evolutivo pone a las empresas en una tesitura de generadores de cambio, con una sociedad que quiere que las dos velocidades desaparezcan y que por fin las regulaciones, reglas del juego y consensos sociales vayan de la mano de una realidad que se ha modificado sustancialmente en los últimos años, y no con efecto reactivo o, lo que es peor, limitante. Una velocidad que, basta con observar los avances tecnológicos y su ritmo, nos transformará en seres radicalmente diferentes cada vez en menos tiempo. Dos realidades, dos mundos, dos velocidades, con un deseo imperante de conquista por parte del ciudadano y consumidor, que se ha escapado demasiado como para que siga siendo sostenible la distancia. Tiempo de ir más rápido en su encuentro antes de que sea tarde.

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