Tatuajes, el negocio que se dispara tras alejarse por completo de la marginalidad

La variedad de técnicas eleva la demanda de un arte que atrae a clientes de todas las edades e impulsa un sector con 4.500 estudios legales que mueve ya más de 216 millones de euros

Tania Dmitrochenko, con una micropigmentando capilar a un cliente.

Tania Dmitrochenko, con una micropigmentando capilar a un cliente. / Fernando Bustamante

En una muñeca o en un gemelo, en la cabeza o en la espalda, posar hoy la mirada en un tatuaje ha dejado de ser algo anecdótico. Alejada por completo del estigma marginal de décadas pasadas, esta práctica –cada vez más entendida como un arte por la sociedad– ha vivido una expansión disparada en los últimos años. Un boom, fraguado en el auge de una variedad de técnicas que está atrayendo con fuerza a todo tipo de ciudadanos, que ha impulsado progresivamente a un sector donde los negocios no dejan de florecer.

«El tatuaje está en auge. Cada vez hay más estudios y más demanda». Son palabras de Tania Dmitrochenko, tatuadora con más de dos décadas de experiencia y dueña del estudio valenciano Arte Salvaje-Tania Tattoo, desde donde explica que este arte no ha parado en los últimos tiempos de «desarrollarse». Porque del blanco y negro y los tatuajes de la old school (vieja escuela) se ha pasado a una amplitud de tipos –desde la acuarela hasta la línea fija, pasando por los más realistas– plasmados por unos profesionales «con conocimiento» que en muchas ocasiones han acabado en el sector viniendo del grafiti o del ámbito del dibujo amateur, cada uno con su forma de tatuar.

Tatiana Dmitrochenko, de Arte Salvaje-Tania Tattoo en Valencia.

Tania Dmitrochenko, de Arte Salvaje-Tania Tattoo en Valencia. / Fernando Bustamante

Diferentes nichos

Esa variedad de expertos y estilos –disponibles gracias también al desarrollo de una industria que aporta nuevas tintas, agujas de distinto tamaño específicas para hacer diferentes diseños y máquinas que reducen el daño– está haciendo «que todas las generaciones se tatúen, desde niños de 15 años que vienen con sus padres hasta señores y señoras que quieren el nombre de su nieto», destaca Dmitrochenko. 

No obstante, el perfil más habitual en su estudio es el de ciudadanos de entre 30 y 45 años que ya tienen un trabajo e ingresos «estables». No en vano, la tatuadora destaca que, de media, el coste mínimo de un tatuaje suele estar en los 50 euros. Por una sesión promedio de cinco o seis horas se paga entre 300 y 500 euros, que puede subir hasta los 2.000 euros en los casos de diseños mucho más exclusivos.

Es una visión al alza de este arte que comparte Fidel Prieto, secretario de la Unión Nacional de Tatuadores y Anilladores Profesionales (UNTAP) y propietario desde hace un cuarto de siglo del estudio Acme Tattoo en Madrid, que señala el crecimiento que están teniendo, por ejemplo, los tatuajes «minimalistas y pequeños», que sobre todo los jóvenes menores de 30 años se hacen como «recuerdo de un momento o de una persona». «En vez de comprarse una camiseta, se tatúan», añade.

Tatiana Dmitrochenko, de Arte Salvaje-Tania Tattoo en Valencia.

Micropigmentación capilar, en el estudio Arte Salvaje. / Fernando Bustamante

Otras tendencias

No es, sin embargo, la única tendencia que crece dentro de un sector cada vez más diverso. Como recuerda Dmitrochenko, «se ha puesto de moda tatuarse en una boda», una práctica cada vez más visible en redes sociales que tanto la tatuadora afincada en Valencia como Prieto rechazan. «Está totalmente prohibido, es una fuente de enfermedades que estamos denunciando. Pero a la gente le da igual», asegura este último.

Junto a ello, también se encuentra al alza la conocida como micropigmentación facial o capilar, técnica estética con la cual se puede mediante la tinta simular la presencia de pelo en la cabeza, la barba o las cejas, una tendencia –aclara Dmitrochenko– que prolifera «entre hombres y mujeres». Y, en otros casos, el tatuaje con tinta blanca, más disimulado que uno tradicional y que mucha gente «se hace porque no se atreve con algo llamativo».

Al final, remarca la tatuadora, se trata de «transmitir el arte visual de un lienzo de tela a uno de piel», una intención que le ha llevado a especializarse tanto en tapado y borrado de tatuajes –lo que en el argot se conoce con su expresión en inglés, el cover up– como en el tatuaje «curativo», centrado en cubrir cicatrices o heridas y así «embellecer la piel dañada».

Hacerse un ‘tattoo’ en una boda o micropigmentarse 'pelo' en la cabeza o la barba son algunas de las tendencias al alza

Gran competencia

Fruto de la proliferación de este arte entre la población –y de que, como recuerda Dmitrochenko, «aparentemente es fácil montar un negocio»–, se entiende la existencia de una gran competencia. Tanta que, según calcula la UNTAP, existen ya entre 4.500 y 5.000 estudios en España –cinco veces más que hace una década– y «no legales, el doble». Una gran economía sumergida, derivada de la falta de una legislación pedida desde hace años para establecer un marco común que profesionalice el sector, que impide conocer el número concreto de lugares y personas –y, por tanto, el negocio que se esconde tras ellos– que se dedican a día de hoy al tatuaje.

Sin embargo, Dmitrochenko asegura que como mínimo para sacar adelante un estudio pequeño (para uno grande con reputación, que implica un local más acondicionado y tener más personas, el desembolso sería mayor) hace falta facturar sobre 4.000 euros al mes. Traduciendo ese cálculo al conjunto del año y al número de estudios que la UNTAP calcula que hay en España, este negocio hoy mueve como mínimo 216 millones de euros en el país de manera legal. No obstante, recuerda Prieto, hay «negocios que cierran y abren continuamente» y tatuadores que «cambian de estudio» o que «alquilan cabinas» en otros establecimientos . Todo ello dentro de un boom de la tinta que no deja de crecer.

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