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Tres elecciones en cuatro años: el camino al 28A

Los efectos de la crisis económica, la corrupción y la cuestión catalana han roto el escenario tradicional

Tres elecciones en cuatro años: el camino al 28A

Es una situación inédita. Los ciudadanos españoles han sido convocados a las urnas para unas elecciones generales tres veces en tan solo cuatro años. En esta ocasión, el próximo 28 de abril. El último sondeo del CIS publicado el pasado martes confirmó que el futuro Parlamento estará marcado por la fragmentación. Esta es la crónica de cómo se ha instalado esta realidad en la política en España tras varias décadas de dominio del bipartidismo y de cómo se ha llegado a esta trascendental cita.

Podría decirse que todo comenzó en 2015, aunque en realidad habría que remontarse algunos años antes. En concreto al 20 de noviembre de 2011, cuando el PP de Mariano Rajoy venció de manera arrolladora las elecciones anticipadas convocadas por el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, forzado al adelanto electoral por la gravedad de la crisis económica iniciada en 2008 y tras perder apoyo por su política de ajustes.

Fue el año del movimiento del 15M, en el que participaron millones de personas y que se inscribió en una tendencia global, la de los «indignados», que ocuparon las calles de medio mundo convocados por las redes sociales. Entonces aún no se podía sospechar pero un grupo de activistas sociales y profesores universitarios iniciaba entonces el camino que llevaría a la fundación en 2014 de un nuevo partido, Podemos, destinado a romper en los años siguientes el monopolio casi absoluto del PSOE en el espectro sociológico de la izquierda española.

El PP logró en aquel ya lejano 2011 186 escaños y un 44,6 % de los votos que le aseguraron la mayoría absoluta en el Congreso, y eso a pesar de que los escándalos de corrupción, especialmente los relacionados con la trama Gürtel, empezaban a asediar al partido de la gaviota con revelaciones casi diarias.

Eran los años más duros de la crisis y los Consejos de Ministros de cada viernes alumbraron casi semanalmente durante 2012 y 2013 una dolorosa batería de recortes sociales, contestados en aquel momento por un enorme número de manifestaciones de protesta.

Bloqueo en el Congreso

A partir de 2015 los datos macroeconómicos comenzaron a apuntar una tímida salida a una crisis que, sin embargo, había dejado profundas cicatrices que aún hoy no alcanzamos a vislumbrar en toda su magnitud. Pero la corrupción seguía orbitando en torno al PP, como el escándalo de la «caja B» tutelada por el extesorero del partido, Luis Bárcenas, que colea aún por las revelaciones del excomisario Villarejo y la investigación en la Audiencia Nacional de la «Operación Kitchen», iniciada presuntamente en 2013 para obtener documentación comprometedora para el PP en poder del exsenador.

En todo caso la cita con las urnas de aquel 20 de diciembre de 2015 certificó el fin del bipartidismo. El PP se dejó la mayoría absoluta por el camino al perder 63 escaños y más de 3 millones de votos. Aún así siguió siendo el partido más votado, con un 28,72 %.

Para el PSOE el golpe fue más duro, bajó 20 escaños, desde los 110 de 2011 a los 90 de 2015, su peor resultado histórico hasta entonces. Los socialistas sangraban por la izquierda hacia un fulgurante Podemos, que hizo su estreno en la Carrera de San Jerónimo con 69 escaños y el 20,66 % de los votos. También se estrenaba en la Cámara Baja Ciudadanos, que daba así el salto desde la política catalana a la estatal con el 13, 93 % de los sufragios y 40 escaños.

El Parlamento estaba fragmentado y el PSOE liderado entonces por Pedro Sánchez trató de llegar a un acuerdo tanto con Podemos como con Ciudadanos para desalojar a Rajoy de la Moncloa. Todos los intentos acabaron fracasando por una conjunción de factores: la bisoñez de Podemos, el veto mutuo entre Ciudadanos y la formación morada y las resistencias de los barones territoriales socialistas contrarios a Pedro Sánchez, extremadamente reacios a pactar con los de Pablo Iglesias.

Fueron los días en los que desde algunos medios de comunicación se lanzaron acusaciones sobre la financiación de Podemos y sus presuntos nexos con el régimen venezolano e iraní, acusaciones que nunca fueron admitidas en los juzgados y que las recientes revelaciones en la Audiencia Nacional -una vez más relacionadas con el excomisario Villarejo y la llamada «policía patriótica» urdida desde el Ministerio del Interior del popular Jorge Fernández Díaz-, han mostrado su falsedad.

Regreso y caída de Rajoy

Este bloqueo duró meses, y la estrategia del PP de Rajoy fue ponerse de perfil para ver a sus oponentes desgastarse. Finalmente, los españoles fueron llamados a las urnas el 26 de junio de 2016. La estrategia de Rajoy dio resultado. El fracaso de Sánchez desgastó sobretodo al PSOE, que perdió 5 escaños y se quedó con 85 diputados, su peor resultado histórico, mientras que Podemos no logró el «sorpasso» por la izquierda y se quedó en 71 asientos. También Cs sufrió y perdió 7 escaños hasta quedarse en 33. Fue el PP quien logró remontar 14 escaños, hasta los 137 y un 33 % de los votos.

Solo unos pocos meses después, en octubre de 2016 y en medio de un corrosivo debate sobre si oponerse o abstenerse a una investidura de Rajoy, el sector de barones críticos logró forzar la dimisión de Sánchez al frente del PSOE. Empezaba la etapa de la gestora, que finalmente decidiría la abstención de los diputados socialistas que permitió al superviviente Rajoy volver a la Presidencia del Gobierno el 29 de octubre de 2016.

La gestora al mando del PSOE desde octubre de 2016 convocó las primarias para elegir a su nuevo líder para mayo de 2017. En aquel espacio de tiempo un incombustible Pedro Sánchez, fuera del Parlamento tras dimitir precisamente por la abstención de su partido en octubre de 2016, logró ser una vez más secretario general socialista tras una vibrante campaña.

Las cosas para Rajoy, sin embargo, pintaban muy distinto. Su nueva etapa al frente del Ejecutivo, esta vez en minoría parlamentaria, se vería marcada por los reveses en la Cámara Baja y una vez más por la corrupción, en concreto por la sentencia de la primera etapa de la trama Gürtel en mayo de 2018, que condenó al PP como partícipe a título lucrativo de la red corrupta.

Esta sentencia fue la causa directa de la moción de censura que le apartó del poder el 1 de junio del año pasado en una sesión parlamentaria para la historia. Casi tres años después de fracasar en su primer intento de ser presidente del Gobierno, Pedro Sánchez entraba en la Moncloa gracias al apoyo de Podemos y de los partidos nacionalistas catalanes y vascos.

La trayectoria de Podemos en estos años tampoco ha sido fácil. El goteo de salidas de varios de sus fundadores, las acusaciones de personalismo a Pablo Iglesias y los problemas en Galicia, Cataluña o València han marcado su devenir. Sin embargo la implosión del partido en Madrid, con la sorpresiva alianza del antaño número dos, Iñigo Errejón, y de varios ediles con la alcaldesa madrileña, Manuela Carmena, hacen temer a la formación morada un castigo el próximo 28A.

Choque de nacionalismos

Sin duda el otro aspecto que ha marcado a fuego la política española en los últimos años ha sido Cataluña. El debate territorial y el choque de trenes entre el Gobierno central y la Generalitat catalana tuvo su clímax en el otoño de 2017 con la aprobación de las leyes de desconexión en el Parlament, la convulsa jornada del referéndum del 1 de octubre, la declaración unilateral de independencia suspendida, la aplicación del artículo 155 de la Constitución, la huida de Puigdemont y varios de sus consellers y finalmente el encarcelamiento del vicepresidente catalán, Oriol Junqueras y los principales líderes soberanistas, que están siendo actualmente juzgados en el Tribunal Supremo.

El pulso nacionalista catalán ha tenido un efecto especular en el auge de un nacionalismo español sin complejos que ha hecho de la cuestión identitaria y de la unidad de España su principal factor de movilización. Una escisión de desencantados del PP de Rajoy que fundaron un partido minoritario a finales de 2013 llamado Vox se ha revelado hasta el momento como el mayor beneficiario de este clima de choque de nacionalismos, hasta tal punto que tanto el PP como Cs han derechizado notablemente su discurso en los últimos meses.

En la dirección popular temen que una división del voto de derechas acabe beneficiando al PSOE y por primera vez las llamadas al «voto útil» se escuchan en este segmento ideologico. De esta manera por primera vez desde principios de los años 80 la derecha española acude a unas elecciones generales dividida.

El panorama de fragmentación parlamentaria que pintan con tozudez todas las encuestas obligará a tratar de llegar a acuerdos -aunque el recuerdo del fracaso de 2015 estará bien presente-. Cs tienta al PP, y en las direcciones de ambos partidos se tiene en cuenta el acuerdo en Andalucía para desalojar al PSOE de la Junta. Un pacto para el que será imprescindible el beneplácito de la ultraderecha de Vox.

En el campo opuesto, la etapa en la Moncloa de Pedro Sánchez ha visto cómo PSOE y Podemos han cerrado su etapa de trincheras y la relación del líder socialista con Pablo Iglesias, tensada por el fracaso de 2015, se ha caracterizado por la colaboración. Desde Podemos tienden la mano a una coalición futura de Gobierno tras el 28A, pero dicha posibilidad crea controversia entre los mismos miembros del Gobierno, divididos entre los que no se cierran a explorar esta vía y los que prefieren gobernar en solitario, aunque sea en minoría. El futuro de España, de todos modos, estará en manos del 41,6% de indecisos que identifica el CIS. Nada será definitivo hasta que no termine el recuento de los votos el 28A.

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