Toni Mata i Riu

Unas anginas de campeonato, cuarenta grados de fiebre y órdenes precisas al amigo arzobispo Dal·lal por si la muerte lo sorprendía en Bagdad, lejos, muy lejos, del monasterio de Montserrat, que era su casa desde el 1894, hacía treinta años. El rigor del invierno que ya apuntaba dejó al padre Buenaventura Ubach fuera de combate, pero lo superó y el día de entregar su alma a Dios se retrasó hasta el 19 de febrero del 1960, ahora hace medio siglo. Erudito y aventurero, el monje se levantó de la cama dos días después tras ver las orejas al lobo y pudo proseguir el trayecto por el Oriente Próximo que relata el Dietario de un viaje por las regiones de Iraq, publicado recientemente por la editorial de la abadía benedictina. "Por las visitas del médico y la consulta pagué cuatro esterlinas; y por las medicinas, una esterlina y ocho chelines", dejó anotado en la entrada correspondiente a los días 19 a 27 de noviembre del 1922.

La vida de Buenaventura Ubach (Barcelona, 1879-Montserrat, 1960) es la biografía de un sabio que a la dimensión espiritual que acompañó sus actos adjuntó una no nada habitual vocación viajera que lo llevó a recorrer las tierras que muchos siglos antes habían habitado las civilizaciones que dieron lugar a los textos bíblicos. Buscar registros arqueológicos y experiencias etnográficas que lo ayudaran a comprender las sagradas escrituras fue una constante vital para un benedictino que hablaba hebreo, árabe y siríaco. El legado de este afán es el Museo Bíblico, que se inscribe actualmente dentro el edificio del Museo de Montserrat y que próximamente conocerá una importante ampliación por dar salida a su importante fondo.

"Un hombre creativo"

De Jerusalén al Sinaí, del Líbano a Mesopotamia, Buenaventura Ubach dedicó largas temporadas a pisar los escenarios de la Biblia, un itinerario que vivió un momento culminante del 30 de junio del 1922 al 15 de octubre del 1923 en Iraq. "Ni que decir tiene cómo me siento de emocionado y dispuesto a afrontar con coraje las posibles dificultades en la realización de mis planes", escribió al inicio del diario. Lo esperaban largas jornadas de transporte y un puñado de sorpresas, no siempre amigas de ser aceptadas con sonrisas.

El padre Pío Tragant se apuntó al curso de lengua hebrea que Ubach impartió en 1954 en Montserrat. Es el último alumno que puede dar testimonio de su personalidad: "un hombre creativo, que a los ochenta años todavía daba clase con mucha claridad. Era todo un personaje, pequeño de estatura y delgado, pero todo un nervio".

El buque Vienna" llevó a Ubach hasta Alejandría, desde dónde inició la ruta que lo trasladó a El Cairo, Jerusalén, Haifa, Beirut, Alepo y una Bagdad que le causó una notable decepción. "Si alguien, tras haberse calentado la cabeza con la lectura de las fábulas de Las mil y una noches, se propusiera viajar a Bagdad, le aconsejaría no hacerlo y le diría que no se cansara ni gastara su dinero inútilmente, para no exponerse a ser víctima de una gran desilusión". Aquel era un Iraq, sin embargo, donde "cristianos y musulmanes practicaban una convivencia respetuosa y pacífica", tal y como dice el padre Damià Roble, actual director de la biblioteca de Montserrat y responsable de la edición del dietario, haciéndose eco de los recuerdos expresados por Ubach.

En una época y en un lugar en el qué ir en coche implicaba transitar a 35-40 km/h, trasladar a Montserrat los restos arqueológicos que el monje iba adquiriendo no era para tomárselo a broma. Tragant explica que "tenía tratos con compañías de transporte y enviaba los paquetes a Alejandría, desde donde viajaban en barco con destino a Barcelona". La momia egipcia, el talento babilónico y las colecciones de mesitas de escritura cuneiforme son algunas de las piezas más preciadas del museo, llegadas a Cataluña gracias a las largas jornadas en las que Ubach fue combinando la búsqueda con la devoción y el aprendizaje de la liturgia siríaca. "Lo que habría llegado a comprar si hubiera tenido más dinero!", especula Tragant, que asegura que "nunca nadie nos ha reclamado nada".

Un artista del regateo

El 4 de marzo del 1923, un miembro de la secta religiosa de los Sabeus le pidió a Ubach si disponía de una habitación para hablar los dos solos. El hombre llevaba un paquete y, tras abrirlo, apareció un "kudurru" -una estrella de piedra de la época kasita-, que interesaba al monje benedictino. "Iniciada la negociación, me dice que no me la puede dejar por menos de 10 esterlinas. Hablamos durante largo tiempo, y termino por decirle que no le puedo ofrecer más que 3. Seguimos hablando; mantengo mi oferta. Hace intención de irse, recula, sale; pero no tarda en regresar para venderme la pieza codiciada por 45 rubis, o sea, las 3 esterlinas, que era el precio ofrecido por mí". ¡El noble arte del regateo!

El aprecio de Buenaventura Ubach por Oriente Próximo lo llevó a recorrer la orilla del Éufrates y del Tigris, dos de los ríos fundacionales de la civilización humana. Allí conoció alegrías y tristezas y la impronta que aquellas jornadas dejó en su ánimo alimentan la leyenda de un monje nada convencional.