En este caso la chispa inicial fue más bien una fogata. Hacía poco que Gus Añejo (Augusto Juan Epam Boneke en el DNI) había vuelto al barrio al que se trasladó desde Mallorca con su madre cuando tenía 10 años. Su infancia, como las de sus vecinos, como las de sus compañeros de colegio, como las de sus amigos, no fue fácil. Pero él logró sobresalir hasta ser el primer estudiante del barrio de La Coma que fue a la universidad. Iba para abogado y acabó primero de Derecho pero finalmente decidió que lo suyo era el arte dramático. Terminó la carrera, se hizo actor, viajó, salió de allí. Pero lo dicho, Gus volvió al barrio y una tarde, paseando, vio a un grupo de chiquillos pegándole fuego a una palmera.

No sé si ustedes han estado alguna vez en La Coma, pero no es precisamente un vergel ni se le conoce por sus frondosos jardines. Sí, si ustedes van más allá, si cruzan la carretera, cien metros como mucho, verán una urbanización de chalés muy bien y muchos pinos frondosos y palmeras esplendorosas y jardines bien cuidados. Y también hay un muro que evita a los habitantes de la urbanización la incomodidad de mirar hacia el otro lado.

Porque en La Coma no hay pinos frondosos, ni jardines ni césped cortado a cepillo. Hay algunas, pocas, palmeras, y muchos tocones. Por eso a Gus le dio coraje ver a aquellos chiquillos quemando la planta, una de las pocas que seguía en pie, que no se había doblado muerta ni nadie había prendido fuego antes. «En vez de gritarles me senté con ellos. Al rato les pregunté por qué le habían pegado fuego a la palmera». «Nos aburrimos -le dijo uno de los chiquillos-. Aquí no hay nada que hacer». «¿Y qué os gustaría hacer», les preguntó Gus. «A mí me gustaría rapear», le contestó uno.

A Gus La Coma le encanta, y también le duele. «Me he criado aquí y he visto como una generación detrás de otra ha acabado en Picassent. Yo salí, me busqué la vida y cuando volví me encontré con que nada había cambiado. Lo de la palmera me hizo darme cuenta de que para muchos seguía sin haber futuro, que no tenían nada mejor que hacer».

Quizá aquel chaval que le comentó que quería rapear se lo dijo con guasa, que en el barrio no habrá jardines, ni palmeras vivas, ni farolas sin romper, ni columpios ni carril bici ni nada, pero guasa hay. No obstante, Gus se lo tomó en serio. Él no sabía de rap, pero su amigo el Pibe, MC de Jerga Lírica, sí y le podía ayudar. «Yo iba un día y me enseñaba a rapear, y al día siguiente le enseñaba yo a los chavales lo que el Pibe me había enseñado a mí».

Aprender y tomar conciencia

Cuentan que el «hip-hop» nació en los bajos de un bloque de edificios en la zona oeste del Bronx, y que se convirtió en cultura cuando los negros de aquellos barrios más marginales del Nueva York de los setenta descubrieron que cantando, bailando o pintando las paredes podían expresar mejor su rabia y su frustración que pegándose entre ellos. Esa revelación la tuvo también el primer grupo de jóvenes a los que Gus puso a rimar entre bloques edificios no muy diferentes de aquellos del oeste del Bronx.

«Se lo comenté a la Fundación del Secretariado Gitano y ellos, con La Caixa y el ayuntamiento nos ayudaron a empezar. Eran 18 chiquillos pero se fue corriendo la voz y al final casi hubo que limitar las plazas. Nos reuníamos varias tardes para hacer rimas y después cantarlas. Además, venía el Pibe con su estudio portátil y los grababa y eso les enganchó todavía más».

Y el paisaje de La Coma cambió del alguna forma. Esos mismos adolescentes con problemas a los que hasta entonces ni sus profesores ni sus familias veían un futuro, se sentaban en un banquito por las tardes armados con un boli y una libreta. «Habíamos logrado cambiar el palo y la piedra por el cuaderno en el que escribían sus rimas, sin obligarles a nada. Ellos sabían que si mostraban un mal comportamiento se quedaban sin hip-hop, así que se esforzaban por portarse bien».

El «hip-hop» de La Coma pasó de la calle a las aulas. Paco Alcón, maestro del CEIP Antonio Ferrandis, uno de los dos colegios del barrio, contaba en unas jornadas la poca conciencia que tienen los críos gitanos sobre su capacidad para hacer cosas, y como el rap que les enseñaba Gus les ayudaba a creer en sí mismos y a crear algo que iba más allá de los clichés de su cultura.

«Rimar y cantar les permitía romper barreras raciales entre gitanos, payos, moros o negros, y también hablar de la convivencia en el barrio, de la violencia, de la escuela...». Y también les permitía aprobar. «Lo que hacíamos era pasar los conceptos principales de su lección a rimas y las convertíamos en canción -explica Gus-. La rima ayuda a la memoria y el ritmo les resulta divertido. Lo ven como un juego, no como estudiar».

Aquello duró lo que dura una buena iniciativa en un entorno complicado. En los colegios se organizaron talleres trimestrales donde los alumnos componían, cantaban y grababan rap sobre temas sociales que les proponían los profesores. Y por las tardes acudían las «extraescolares» que les ofrecía Gus. Después, estos «hiphoperos» en ciernes salían a la calle y les contaban a sus amigos lo que estaban haciendo y estos se ponían también a rimar.

Pero finalmente Gus tuvo que dejarlo cuando «profesionalizó» y exportó esta idea a través de su empresa Iberomusic. Aun así, aquella fogata en la palmera había abierto algo en un lugar tan cerrado en sí mismo como es La Coma. «Ahora los chavales del barrio no quieren destacar por ser el que más manga sino el que mejor rima. Antes venían y me preguntaban cómo abrir un coche. Ahora vienen con la libreta y me preguntan si tal palabra se escribe con B o con V».

Televisión, prisión y rap

Es martes por la tarde. En unos escalones frente al enorme mercado cerrado a cal y canto, se encuentra Gus con varios de los que han sido sus alumnos. Están Zewon, Adrián, Aaron «KNA», Bux y Hakim. Más tarde se pasará Jowny, que se ha ido a vivir a Vilamarxant pero que de vez en cuando se pasa por el barrio en el que se crió para estar con sus colegas y rimar un rato.

El que no acude es el Gole, que logró cierta fama mediática cuando apareció en un programa de televisión enseñando unas cuantas tabletas de «chocolate» y que acabó por ello en prisión. Ahora, ya en la calle, Gole también rapea tal como le enseñó otro preso en el penal y le ha pedido a Gus que le grabe un videoclip.

Zewon, que nació en Roma, recuerda cuando era un chiquillo y se dedicaba a vender marihuana para sacarse unos 100 euros al día. «Ahora hago grafitis y gano más-asegura-. Cada uno ha de buscar su sueño porque cada uno tiene que tener un sueño». Jowny asiente y reconoce que él también era un chaval de los que «no hacía maldades, pero tampoco estaba en la buena vida. Un día vino Gus y me dijo: ven que esto te va a sacar. Aprendí a rapear y cuando tenía un examen, como solo sabía hacer rap, escribía la lección en rima y me la aprendía. A partir de ahí empecé a aprobarlo todo.

Jowny ya ha grabado varias canciones (más que el rap, a él le gusta el trap) y se prepara para uno de los festivales que Gus organiza. También se prepara para el Rookiefest 3 del próximo 20 de mayo «KNA», otro pionero del «hip-hop» y el «freestyle» (rap improvisado) de La Coma. «En el barrio he empezado mis bases y Gus me ha dado una salida con Iberomusic. La Coma está cogiendo la experiencia poco a poco, porque la gente no estudia desde pequeña, o por leyes no le dejan estudiar. Pero algunos hemos conseguido tener un poco de conciencia y luchar por lo que queremos».