Dos miembros del club de buceo Trotafons de Puçol toparon hace cosa de un año con un pequeño yacimiento arqueológico, a 3,4 kilómetros de la costa, a la altura del Barranco del Puig. «El hallazgo fue fortuito porque buscábamos zonas de piedra para bucear y disfrutar de la fauna, la flora...», comenta Ximo Huerta, presidente del club, que iba acompañado de Fernando Diego.

Aunque solo encontraron cuellos de ánfora romana, un ancla metálica y otras piezas sin demasiado valor, los intrépidos buceadores sintieron cierta atracción por aquel lugar en el fondo del mar, por lo que comenzaron a realizar continuas inmersiones en la zona, básicamente, con el objetivo de disfrutar de su particular hallazgo.

Pero en una de ellas dieron con algo mucho más especial: lo que parecía un fragmento sin importancia resultó ser, tras retirar la arena de encima, nada menos que un ánfora íbera de 2.400 años de antigüedad. Y en perfecto estado. Con un peso de 25 kilos y una capacidad mayor de 25 litros, debió servir en el siglo IV a.C para almacenar y transportar productos alimentarios. De hecho, sugiere a los especialistas que durante mucho tiempo hubo un enclave comercial.

Pero algo más les llamó la atención durante las primeras inmersiones. «Tenía un cordón atado en un asa», comenta Ximo, una señal de que alguien más la había encontrado y de que se estaban preparando para llevársela. Iba a ser expoliada. El expolio en España es una práctica que ha supuesto el deterioro de entre el 80% y el 90% de yacimientos arqueológicos marinos, según el experto Ignacio Rodríguez, porque es un mercado muy rentable. Sin embargo, «el valor histórico es muy superior al económico, ya que las extracciones ilegales impiden investigaciones en los yacimientos para ampliar conocimientos».

Para evitar que esto llegara a ocurrir con su hallazgo, los aficionados se pusieron en contacto con el Centro Arqueológico de la C. Valenciana y, tras una ágil tramitación, recibieron la autorización de rescatar el ánfora del fondo del mar. Así que formaron un equipo de miembros del club Trotafons: Ximo Huerta y Rafael Barber, encargados de extraerla; y Antonio Sánchez y la arqueóloga Alicia Gimeno, para documentar el proceso.

En el momento de la extracción, los buceadores introdujeron la pieza en una red por si se rompía, «para que todo quedara dentro», explica Huerta. Al llegar a la superficie, debido al cambio de presión y a pequeñas fisuras existentes, el ánfora se partió en varios fragmentos.

Sin embargo, los trabajos de restauración a los que se ha sometido, desde su extracción el pasado año hasta hace tan solo unas semanas, le han devuelto una imagen algo más parecida a la que tuvo en su otra vida, hace más de 2.400 años. Esta labor se ha realizado en el Centro de Arqueología Subacuática de la C. Valenciana, en Burriana.

«La encuentro muy diferente», asegura Ximo mientras la contempla en el Museo Arqueológico de Sagunt: «La hemos visitado tantas veces en el mar que así prácticamente ni la reconozco», añade, fascinado por la gran diferencia que presenta con respecto al resto de ánforas del museo, de origen romano y menor antigüedad.