La muerte de Osama Bin Laden en una operación estadounidense representa el mejor espaldarazo que el presidente de EE UU, Barack Obama, podía esperar en su mandato. Obama compareció en torno a las 23.30 horas locales de este domingo (5.30 de la madrugada del lunes, hora española) para anunciar, en tono solemne, desde la Sala Este de la Casa Blanca, la muerte de Bin Laden. "Se ha hecho justicia", aseguró. A lo largo de los últimos diez años el que Bin Laden continuara libre se había convertido en una dolorosa herida para los servicios de inteligencia estadounidenses y un quebradero de cabeza para el Gobierno en Washington.

George W. Bush se fue sin haber conseguido dar con el enemigo público número uno de EE UU, pese a haber asegurado que lo quería "vivo o muerto". Aunque cuando se les preguntaba acerca del terrorista, Obama insistía en que su captura seguía siendo una prioridad, a ojos del público parecía evidente que la Administración demócrata tenía la vista en otra parte a la hora de considerar su política de seguridad nacional.

Mientras un Bin Laden libre continuaba funcionando como gancho para jóvenes musulmanes de todo el mundo atraídos por sus ideas extremistas, en EE UU Obama veía cuestionada su estrategia de seguridad nacional. La oposición republicana le criticaba por su promesa de cerrar la prisión de Guantánamo, creada para albergar a sospechosos de terrorismo, y le acusaban de poner con ello en peligro al país. El presidente que llegó con la promesa de poner fin a la guerra en Irak tuvo que reforzar la presencia en Afganistán, donde hoy hay cerca de 100.000 soldados, el triple que en 2008.