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Argelia

Argelia, entre la incerteza y la esperanza

La repentina intensidad de las manifestaciones, que crece semana tras semana, provoca el nerviosismo en los aparatos del poder en Argel

Manifestantes en Argel sostienen una pancarta con una caricatura del presidente Abdelaziz Buteflika. reuters

Una ola de descontento inédita en los últimos 30 años recorre Argelia desde el pasado 22 de febrero y en pocos días ha sembrado el nerviosismo en el aparato del poder en Argel. La chispa, el detonante, ha sido el hartazgo ante la intención del anciano presidente Abdelaziz Buteflika de presentarse a las elecciones del próximo 18 de abril para un nuevo mandato -su quinto-. Buteflika llegó al poder en 1999 y casi el 70 % de la población del país tiene menos de 30 años, lo que significa que prácticamente no han conocido otra Argelia que la del presidente y su camarilla instalada en el palacio presidencial de la Mouradia.

El pasado domingo 3 de marzo Buteflika publicó una carta en la que prometió convocar elecciones anticipadas en un año para reemplazarle al frente del país si se imponía en las urnas. «He escuchado y atendido el grito de corazón que han lanzado los manifestantes y especialmente los miles de jóvenes que me han preguntado sobre el futuro de nuestro país», afirmaba la misiva.

Nerviosismo en «le pouvoir»

Pero la oposición no le da mucho crédito, pues el octogenario mandatario lleva en Suiza más de una semana para hacerse controles médicos y desde que le dio un infarto cerebral en 2013 su actividad pública se ha reducido a la práctica inexistencia, hasta tal punto llega el secretismo sobre su estado real de salud que en realidad no se sabe a ciencia cierta el nivel de control que tiene sobre el Gobierno.

Los observadores coinciden en que su persona es hoy una figura de compromiso entre las fuerzas del complejo entramado de poder que, a su sombra, ha determinado el destino del país en los últimos años: oligarcas, militares y políticos de varios partidos. Aquello que el argelino de a pie sencillamente llama «le pouvoir» («el poder»).

En estos años de progresiva decadencia física Buteflika se ha apoyado en su hermano Said, de quien se dice que ha acumulado un gran poder y a quien con lógica también se dirigen las iras de los manifestantes que desafían al régimen y a su aparato de seguridad, que se ha ganado, no sin razón, una apabullante fama de implacabilidad forjada en los terribles años de la guerra civil en los años 90.

Baste recordar cómo en 2011, al calor de la Primavera Árabe que tumbó los regímenes de Egipto, Túnez, Yemen o Libia, las fuerzas de seguridad argelinas lograron laminar cualquier intento de protesta. En aquel entonces Argelia se mantuvo al margen de la inestabilidad, aunque los motivos para la protesta en 2011 son calcados a los actuales: el agotamiento del sistema político, la falta de expectativas de futuro para la juventud, y la corrupción, que han estancado el desarrollo de un país con grandes recursos gasísticos cuyos beneficios se quedan en las élites.

La intensidad que están alcanzando las protestas parece haber cogido con el pie cambiado al todopoderoso estamento militar. El pasado martes el jefe de Estado Mayor del Ejército de Argelia, el teniente general Gaed Salá, lanzó una amenaza velada al asegurar que los militares «garantizarán la seguridad del país» y censuró «a quienes quieren que vuelvan los años del dolor extremo», en referencia al conflicto civil que dejó un país traumatizado.

La crisis en Argelia tiene especial importancia para España. Mientras buena parte de Europa depende del gas ruso, el 60% del gas que llega a España procede del país norteafricano, un socio estratégico y principal economía de la región, y que mantiene importantos lazos no solo con España, sino también con la antigua metrópolis colonial, Francia, que por el momento observa la situación con una calculada distancia. Sin duda pesa en el Elíseo la memoria del fiasco del apoyo de París al dictador tunecino Ben Ali a finales de 2010, cuando las protestas ya le habían sentenciado. Los argelinos despiertan y en el futuro se mezclan incertidumbre y esperanza.

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