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Geopolítica

Siria, la guerra que nunca acaba

El país, sumido en un conflicto permanente desde la guerra civil de 2011, vive ahora en el noreste su enésimo episodio de violencia

Siria, la guerra que nunca acaba

Casi nueve años y medio millón de muertos después, las bombas siguen desangrando Siria. La ofensiva iniciada esta semana por Turquía en su frontera sur es el enésimo frente abierto en el avispero de Oriente Medio, donde los intereses contrapuestos de sus múltiples actores convierte cada movimiento geoestratégico en un rompecabezas de imprevisibles consecuencias. Especialmente si estos son unilaterales y repentinos, como el del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que tras anunciar el repliegue de las tropas estadounidenses del norte de Siria puso en bandeja a su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, el estallido de este nuevo conflicto. Ankara y Washington son dos de los protagonistas del último capítulo, en el que también son pieza clave los kurdos.

Erdogan siempre ha tenido a esta comunidad sin Estado propio en su punto de mira. De hecho, «Manantial de Paz» -como el líder turco ha bautizado la operación- es la tercera incursión de Ankara en Siria para frenar a las milicias kurdas del país, las Unidades de Protección Popular (YPG, por sus siglas en kurdo). Erdogan las considera una «organización terrorista» por sus vínculos con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), un partido político ilegalizado en Turquía desde 1999 y también considerado «organización terrorista» por la Unión Europea y por Estados Unidos. El PKK lucha por la creación e independencia del Kurdistán, una región ubicada a caballo entre Turquía, Siria, Irak e Irán. Se estima que el pueblo kurdo, con lengua propia y cultura milenaria, está formado por más de 30 millones de personas repartidas entre estos cuatro estados, que históricamente han negado su independencia. Irak, en 2017, fue el último en vetarla.

Un socio clave para Occidente

Las YPG nacieron tras el estallido del conflicto bélico en 2011. Tres años más tarde, con la intervención de la coalición internacional, se convirtieron en el apoyo en tierra firme a los bombardeos de este conglomerado de países -encabezados por EE UU y del que España forma parte- contra el Estado Islámico (ISIS, por sus iniciales en inglés). En 2015 se sumaron a la lucha kurda combatientes árabes y sirios y la milicia se transformó en las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS).

Su papel ha sido fundamental en la derrota y expulsión del ISIS de sus principales bastiones en Raqa, Mayadeen y Deir Ez-Zor. Y EE UU no dudó en apoyarlas, pese a los nexos con el PKK, hasta el punto de convertir a la FDS en su mejor aliado en suelo sirio. El respaldo de Washington fue clave para limitar las hostilidades de Turquía contra los kurdos en la frontera norte y permitió que llegaran a controlar cerca de un 30 % del país. Solo durante los dos últimos años, el Pentágono destinó unos 800 millones de dólares para armar y entrenar a esta facción kurda.

La expansión de las FDS inquietaba a Erdogan, que empezó a maniobrar para expulsarlas de su frontera bajo el pretexto de la creación de lo que él llamó la «zona segura». El presidente turco ya había conseguido controlar toda la zona norte de Siria que linda con Turquía desde el río Éufrates hasta el Mediterráneo gracias a sus dos ofensivas de 2016 y 2018 en Alepo y Afrin, respectivamente. Esa «zona segura» la estableció Erdogan en 32 kilómetros de profundidad y 480 de ancho, desde el Éufrates hacia el este con el objetivo era reasentar allí a dos millones de refugiados.

El presidente turco vio su oportunidad con la derrota definitiva del califato en marzo de este año. Arreció entonces sus presiones tanto ante la ONU para la creación de la «zona segura» como ante Trump para que Estados Unidos cerrara el grifo a las milicias kurdas e incluso exigió que recuperara el armamento entregado desde 2015, ya que la lucha contra el ISIS ya no era un desafío del mismo tamaño.

El «puñal» de Trump

La bomba estalló definitivamente hace hoy una semana. Trump abonó el terreno y Erdogan no dejó pasar la oportunidad. El presidente estadounidense ha emprendido desde su llegada a la Casa Blanca un repliegue de sus fuerzas militares en Oriente Medio en consonancia con su política proteccionista y unilateral que domina todas sus acciones.

«Es hora de que nos retiremos de estas ridículas guerras sin fin, muchas de ellas tribales, y devolver a nuestros soldados a casa. LUCHAREMOS DONDE SEA POR NUESTRO BENEFICIO Y SOLO LUCHAREMOS PARA GANAR». Las mayúsculas son cosecha propia del magnate, que continuó con su reflexión a través de una retahíla de tuits al respecto. «Turquía, Europa, Siria, Irán, Irak, Rusia y los kurdos tendrán que solucionar la situación y ver qué quieren hacer con los combatientes capturados por el Estado Islámico en su vecindario».

El anunció fue entendido por los kurdos como una «puñalada en la espalda» de Estados Unidos tras años de respaldo y colaboración. «Había garantías para que EE UU no permitiera ninguna operación militar turca en la región», aseguraba el portavoz de las FDS, Kino Gabriel. Pero la decisión estaba tomada. Los cerca de 2.000 efectivos desplegados por Washington en el norte de Siria se retiraban de la zona, dejando vía libre a la incursión de Turquía, que no se hizo esperar.

El resurgir del terror

El giro de Trump no fue solo criticado por las milicias kurdas. Incluso desde el Partido Republicano del presidente se rechazó el golpe dado en tan delicado tablero. Una oposición interna que no llega en buen momento para el magnate, implicado en un proceso de impeachment a nivel doméstico en el que el respaldo de sus compañeros de partido será vital para que no prospere una iniciativa que en caso de éxito culminaría con su cese.

Pero el bandazo de Trump tiene más derivadas en Siria. La ofensiva iniciada por Ankara tras la retirada de EE UU del norte de Siria deja a las FDS solas ante Erdogan en una zona en la que las milicias kurdas retienen a miles de excombatientes del ISIS así como a sus familiares. Esa gestión de los yihadistas, esgrimida por Trump como una de las razones de su retirada, corre ahora peligro. Los bombardeos de Ankara sobre esa zona de control kurdo eleva el riesgo de beneficiar a la organización terrorista. Turquía centra su operación en hacer retroceder a su enemigo histórico, que a su vez anunció que ante los ataques ordenados por Erdogan, deberá movilizar a sus efectivos hacia las zonas en conflicto, desatendiendo así el número de milicianos que hasta ahora vigilaban los centros de retención.

Se calcula que hasta esas prisiones y campos han llegado unos 12.000 yihadistas y 70.000 familiares, de los cuales unos 4.000 serían occidentales. La mayoría de ellos se entregó o fue capturado tras la ofensiva final lanzada contra el ISIS en la frontera iraquí, el pasado marzo.

El otro gran beneficiado de la incursión turca en Siria podría terminar siendo Bashar El Asad y sus socios, que tienen, gracias a Trump y Erdogan, la posibilidad de hacerse con el terreno perdido desde el inicio de la eterna guerra civil. Los kurdos ya avisaron tras la retirada de EE UU de la «zona segura» de que su alianza con Washington no es irrevocable y han colaborado puntualmente con el régimen de Damasco. Algo que puede repetirse ahora. «Todas las opciones para evitar que el territorio caiga en manos de los turcos están sobre la mesa», aseguraba entonces un portavoz de las FDS.

Y es que cuando Turquía anunció su ofensiva sobre Afrin en 2018, los kurdos emprendieron acto seguido una retirada hacia Manbij, dirección sureste, dejando el camino despejado para que las fuerzas de El Asad recuperaran parte del terreno cedido durante la guerra. Si se repitiera lo mismo ahora y el régimen se hiciera con los dominios kurdos, controlaría el 80 % de un territorio que hace ocho años se levantó contra el mandatario.

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