Resulta un enorme contrasentido que un estado celebre el Día del Padre, cuando su legislación no reconoce el derecho y deber que comporta la paternidad, con una legislación obscena que arrebata la posibilidad de ejercer dicha paternidad tras un divorcio, y deja a merced de la madre la decisión de dejar medio huérfanos a sus propios hijos, convirtiéndolos en posesiones privativas. El día del padre debería ser una jornada de júbilo y de armonía familiar, pues la familia es el principal factor protector de salud física y mental en nuestra sociedad, sin embargo, será una jornada de luto en señal de duelo por los miles de niños que la Justicia deja huérfanos de padres vivos tras un divorcio, violando su derecho humano a recibir los cuidados y el cariño tanto de su padre como de su madre. Muchos padres no podrán disfrutar de sus hijos; algunos padres, desesperados, se han suicidado, otros, denunciados falsamente, quedan apartados durante años de las vidas de sus hijos, ante el silencio cobarde de una sociedad insensible al maltrato infantil que supone dejar a un niño sin su padre. Lo único que se puede conmemorar en este día es la orfandad paterna, forzada y brutal, que sufren los hijos cuando sus padres se divorcian, y que constituye un drama para toda su vida. La custodia compartida es un derecho del menor y un deber de los padres.