En estos días olímpicos es famoso el logro de Adriana Cerezo que con sólo 17 años ha ganado una medalla de plata, pero nos asombra más su modélico comportamiento. Por eso quiero que recordemos el momento en el que acude a su entrenador, a buscar su alivio en la batalla y él le da consejos y directrices. La labor de las personas mentoras es fundamental, ya que nos enriquecen y son un ejemplo para seguir. La guía de un maestro o maestra es un tesoro que muy pocas personas llegan a tener. Hoy en día escasean esos mentores. Pero no está todo perdido. Hace unos días falleció el doctor Ricardo Lliso Marco. Puedo enumerar sus tantas medallas colgadas como haber sido coronel del Ejército, jefe de la Agrupación de Sanidad del Hospital Militar de Valencia, presidente del Colegio de Médicos de Valencia o embajador de la Unicef, entre otras. Pero la más importante ha sido la de la humildad, profesionalidad y el amor y cariño que hasta el último momento ha profesado a sus pacientes niños y a las madres y padres. No me puedo olvidar tampoco de la labor de su mujer Enriqueta, su apoyo principal. Yo he tenido la suerte de haber sido ese niño paciente suyo y acabar enseñándome cómo me tengo que abrochar la bata de médico. Verlo en su consulta, escuchar cada uno de sus consejos y respirar toda la humanidad que me regaló ha hecho que me sienta con fuerzas de andar mi camino. No sé si ganaré alguna medalla, pero he sentido que he tenido un maestro y le estaré por ello eternamente agradecido. Buscad a las personas que nos puedan ofrecer ese espejo tan necesario.