Tras la reciente aprobación de la ley de eutanasia se ha suscitado una enorme polémica que ha derivado en una polarización ideológica, de tal forma que a los partidarios de la misma se les asigna una adscripción progresista y a los contrarios una conservadora. Y, por otra parte, se antepone como alternativa una adecuada ley de cuidados paliativos.

Los cuidados paliativos son medidas que constituyen un imperativo moral para cualquier profesional sanitario y se vienen aplicando desde hace mucho tiempo. Las personas que demandan la eutanasia son generalmente pacientes a los que también podrían aplicarse cuidados paliativos. Pero la clave fundamental, y que en ocasiones se trata de obviar, es que solo puede ser solicitada por una persona con todas sus facultades intelectuales intactas lo que excluye esa afirmación simplista y manipuladora de que lo que se pretende es «eliminar a personas indefensas que suponen una carga para la sociedad».

La disyuntiva no es anteponer una ley a otra, puesto que las necesidades son diferentes. En realidad, la respuesta ante la ley de eutanasia es si se está o no de acuerdo con ella, ya que el hecho de contraponer una ley de cuidados paliativos no resuelve las necesidades de los pacientes solicitantes e iría más en el sentido de paliar el remordimiento de conciencia que supone el no poder ofrecer ninguna respuesta para eliminar el sufrimiento que en algunas personas provocan ciertas enfermedades.

Ante los grandes dilemas morales que se nos plantean, existe una forma de intentar acercarse a los mismos, y es proyectar empatía, intentando ponernos en la situación de la persona que demanda algo tan dramático, planteándonos con la máxima honestidad cómo querríamos que la sociedad respondiera a su petición. Lo que sí está comprobado es que cualquier persona que se acerca a un paciente con discapacidades provocadas por enfermedades irreversibles, independientemente de su ideología o creencias, lo primero que comenta es el deseo de morirse antes que soportar esa situación.