El barrio de La Torre, de València, donde vivo, cuenta con un no-lavadero enorme que solo sirve para incomunicar a los vecinos de una parte de la pedanía con los de la otra. La avenida Real de Madrid parte en dos la población, a las familias, a la gente de la propia zona, y no hay más remedio que recorrer gran parte de aquella para poder al fin acceder de un lugar a otro, para ir al centro de salud, a la biblioteca, al hogar del jubilado...

Desde hace más de una década que se viene solicitando, fundamentalmente desde la asociación de vecinos del barrio, el derribo de este torpe muro y su acondicionamiento como lugar de paso. Pese a los diversos recursos presentados, las sucesivas quejas formalizadas y los numerosos requerimientos realizados, la situación sigue siendo la misma: el fantasmal lavadero (abandonado desde hace quién sabe cuánto tiempo ya) sigue ahí, como el famoso dinosaurio, y la respuesta recibida a todas las alegaciones también: lo tenemos en cuenta.

Ya nadie cree que exista, por parte de las personas responsables de darle luz verde a la desaparición de este infame páramo, voluntad alguna de lograrlo. Y mientras tanto, La Torre, que podría disfrutar de un paso ideal de comunicación y vertebración –social, comercial y estructural– sigue, en boca de cada uno de sus vecinos, sufriendo esta intolerable y acaso interesada desidia municipal.