Pistoletazo de caída de mascarillas. Pero sin obligado cumplimiento. Con alguna restricción y de libre albedrío. Estas medidas son las que más nos gustan; las que nos dan más libertad, pero no nos la imponen (como el divorcio o el aborto).

Vemos todavía en las calles personas con la mascarilla a media asta, completa, por el cuello, en la mano, y "caranudistas" felices de mostrar su rostro tal cual, al aire fresco o caliente de este tiempo climatológico incierto y voluble.

Algunas aún no nos atrevemos a entrar en los comercios a cara descubierta, como si, en estos dos años, nos hubiéramos intercambiado las indumentarias con los atracadores.

Vivimos una época de transición. Ya no se habla tanto de: "hacia la nueva normalidad"; porque hemos descubierto en este tiempo enmascarado que la normalidad no es normal, que la buscamos, pero ya no existe. Tal vez la mejor enseñanza de esta etapa convulsa y difícil sea la de haber aprendido a adaptarnos mejor a la incertidumbre; a cuidar más y mejor a los seres queridos; a disfrutar más y mejor el día a día de nuestras vidas; a no vivir tan agobiados por el futuro; y a desenmascarar a los que se aprovechan de las crisis y provocan las guerras.

Los demás, los de a pie, recordaremos este tiempo difícil, a los que se han quedado en el camino, lo que hemos perdido, pero con afecto, con resiliencia, y nos quitaremos la mascarilla poco a poco, sin prisa y sin miedo a mostrarnos como somos. Porque nosotras y nosotros, la ciudadanía, los sufridores, no tenemos nada que ocultar.