Sentado en la popa, en el somero espacio tras el asiento y el chasis, con la caña de pescar abrazada y los ojos inocentes bajo una visera gris, y Fina y Amparo, mis sirenas, pegaditas a mis costados. El capitán y su amada tras la proa del parabrisas y las viandas en un cesto a los pies, sobre la madera nueva de un fuselaje antiguo, embreado y fuerte.

Zarpábamos rodando desde Zapadores, con el mar por divisa y el verano recién estrenado, con lenta singladura alimentada por el viento de "sarguet" que el capitán (mi padre) intuía con su bigotito a lo Robert Taylor.

"Menos nudos, Ulises, que los grumetes no van muy seguros en esta barca tan 'chica'", decía imperiosa la capitana (mi madre). Y la nave (el biscuter) oculta bajo sus tripulantes, se esforzaba y rodaba con fatiga hacia su destino allende los mares (Pinedo).

"Mar a la vista", gritaba yo desde mi atalaya; pero el mar me llegaba primero por la nariz: sal, peces, arena, olas, algas y espuma de cerveza que embriaga solo de jugar con ella, o ella conmigo. 

El merendero Las Tres Rosas era nuestro puerto. Rocas junto al camino de arena, espigón que orada el mar y que el capitán transita con su caña para pescar sirenas, playa diminuta como pisito de familia humilde y yo que pregunto a la capitana si ya pasó el tiempo de la digestión. 

Sol y olas, y tellinas esquivas y cangrejitos albinos y piedras de colores. 

Llega la hora de la tortilla de patatas y la ensalada de tomate y cebolla y olivas y aceite generoso. "¿Los marineros beben vino con gaseosa?" "Pero muy poco vino, que todavía eres grumete". 

Cuando el sol se cansa y quiere perderse por las huertas de Pinedo, el capitán regresa sin trofeos y la frente encendida, Fina nos coge de la mano y nos convence para salir del mar, con la promesa de un cuento de marineros valientes. 

Regreso a Ítaca, cansados, felices, con el sol que se apaga porque lo llevamos dentro, y la capitana que proclama jubilosa: "¿A dónde vas? ¡A la playa!", y el capitán que le contesta derrotado: ¿De dónde vienes? De la playa... ". 

Hice la misma travesía hace poco con un barco nuevo y más grande, y con otros tripulantes. Y el viaje fue breve, con mar en calma. Y es que el tiempo acorta distancias, pero aleja, e incluso hace naufragar hasta a los más avezados marineros. Ítaca ya no está tan lejos y el mar parece más "chico", y ya no lo intuyo como entonces; pero lo necesito como antaño, y nunca olvido a los marineros de antes.