Si cuento que he hecho muñecos de nieve en el barrio de Russafa de València, muchos pensaran que estoy fantaseando. Si digo que de niño todos los inviernos se me llenaban las orejas de sabañones, dirán que estoy exagerando. Si afirmo que nos quemábamos los pies con el brasero, mientras se nos helaban los riñones, creerán que he vivido en la meseta castellana. Con las tormentas a finales de agosto decíamos adiós al verano. Y el otoño tomaba las riendas de nuestras vidas, y era preciso ponerse la camiseta de felpa. El invierno entraba con el cierzo y las castañeras se apostaban en las plazas para aliviarnos el frío que no se iba hasta marzo. Las cuatro estaciones estaban bien definidas.

Transcurridos setenta años, visto pantalón corto y camiseta de mayo a octubre, y el resto de meses, solo tengo que alargar las mangas y los camales. No sé si esto es el cambio climático, pero seguro que se trata de un cambio radical. Víctor Calvo Luna. valencia