Hoy la gran mayoría de coches llevan ya integrados complejos sistemas que determinan digitalmente la autonomía el kilómetros que le queda al vehículo en función del combustible que tiene en el depósito. Sin embargo, hace no demasiado tiempo -de hecho algunos modelos modestos todavía funcionan así- era relativamente frecuente que se encendiese un piloto indicador en el salpicadero cuando al coche le quedaba poca gasolina. A eso popularmente se le ha conocido como «entrar en reserva» y si no te espabilabas para parar a repostar, corrías un serio riesgo de quedarte tirado. Dicho eso, el partido de ayer ante el Athletic evidenció que al Levante UD se le ha encendido ya la reserva. Se vio en Palma y se confirmó ayer en La Nucía pese a que la segunda parte pueda maquillarlo un poco.

Decía Paco en la previa que era evidente el agotamiento «físico y mental», y si a eso le añades un gol encajado en la primera llegada del Athletic tras un mal despeje de Vezo y algo de falta de intensidad en la marca del reubicado Postigo -ayer jugó de lateral-, el resultado es una losa demasiado pesada como para poder levantarla, más aún ante un rival que al contrario que el Levante está todavía jugando por algo importante.

Raúl García, que huele la sangre con facilidad, no perdonó en la primera que tuvo y el Levante solo fue capaz de responder con un golpe franco de Bardhi algo elevado tras falta forzada en la frontal por Morales. De hecho, el inspirado atacante navarro hizo el 0-2 al filo del descanso y prácticamente cerró el partido con una preciosa vaselina que superó a Aitor en otro desajuste defensivo perfectamente aprovechado.

Si el 0-1 pesaba, el 0-2 ya ni te cuento. En el segundo acto, de hecho, se entró todavía bajo los efectos sedantes de ese segundo tanto y tan solo cuando el Levante expulsó la anestesia, pudo reaccionar con dos llegadas de Clerc por la izquierda. Esa fue la mejor fase granota en el encuentro y dio pie a una buena jugada de Mayoral en la que el de Parla asistió a Bardhi para que éste recortase distancias en el marcador (1-2).

Restaban veinte minutos y el Levante quiso, pero no pudo. Sin que sirva de justificación pero sí en descarga de los futbolistas hay que decir que dio la sensación de no ser un problema de voluntad ni de actitud. Hubo carreras y disputas en las que se evidenció que aun intentándolo, no les daba. Fue falta de recursos físicos por un lado y por otro, a medida que pasaban los minutos, incluso mentales, aunque sea inevitable la conexión entre ambos. Sin nada por lo que jugar ya y con un porrón de partidos, entrenamientos y viajes en apenas un mes, están fundidos y ni la proximidad del rival en el marcador les ayudó a dar un plus que les permitiese sacar al menos un punto pese a la entrada de hombres de refresco, entre los que debutó de forma oficial y casi testimonial (casi porque se llevó un buen golpe en el que forzó una falta) el canterano Giorgi.

Más razón que un santo

En definitiva, fue un día gris, aunque principalmente no por la derrota. El partido llegó ya envuelto en un halo de tristeza por el sorprendente fallecimiento de Ramón Vilar, quien hace no demasiadas semanas y ataviado con su mascarilla mientras transitaba por la plaza del Ayuntamiento de València hacía gala de su levantinismo. A la pregunta de «Ramón, no patirem encara per a salvar-nos ara després de tot açò?», él respondía: «A quin sant? Si estem tots els equips igual... No patisques de res». Tenía más razón que un santo. Antes de marcharse pudo disfrutar de la salvación de su Levante sin agobios, aunque seguro que allá donde esté seguirá haciendo más fuerza que nadie para que el equipo granota gane todos su envites. DEP.