La costa más bella y agreste de la Marina Alta se desmorona. De norte a sur. Desde les Rotes de Dénia al Morro de Toix de Calp. En este último año, desde que el devastador temporal Gloria golpeara el litoral de la comarca, ese proceso de transformación de los acantilados se ha acelerado. El cambio climático incide en que las playas de arena sufran una imparable regresión. Mientras, la costa más abrupta se cae a trozos y los desprendimientos que ya sufren desde hace años calas como la de Ambolo de Xàbia, que lleva clausurada desde septiembre de 2006, se generalizan. Ahora mismo, de hecho, hay cuatro calas cuyos accesos están sepultados por las piedras que se han desgajado del acantilado. Son las de les Urques, en Calp, la de l’Aiguadolç, en Dénia, y las del Tangó y la citada de Ambolo, en Xàbia.

Llegar a les Urques desde Puerto Blanco, la dársena de embarcaciones de recreo que está destrozada (ahora el Consell ha adjudicado su reconstrucción y explotación durante 30 años), es prácticamente imposible. El cartel de la cala sigue en pie. Pero el acceso está lleno de piedras. Lo más fácil es torcerse un tobillo. Además, el acantilado está roto. Es inestable.

Mientras, l’Aiguadolç, la cala nudista de Dénia, ha sufrido en estos últimos días un derrumbe que ha dejado suspendida en el aire la escalera de hormigón por la que se baja a esta cala de les Rotes (está entre la de les Arenetes y la Cova Tallada). La policía local ha colocado un aparatoso precinto. Por tierra, sólo se puede llegar a esta cala por esa escalera. Este tramo litoral de L’Aiguadolç ha quedado clausurado.

También ahora se ha colocado una contundente valla en la cala del Tangó de Xàbia. Este litoral, que forma parte de la reserva marina del cabo de Sant Antoni, ya no se parece en nada al que existía hace 30 años. No queda ni rastro de la playita de cantos rodados. El mar se la ha tragado. Los derrumbes en el acantilado han hecho trizas las redes de metal que el ministerio de Medio Ambiente colocó hace años para dar consistencia a los cortados. La erosión puede con todo.

Ambolo es el paradigma de las calas perdidas. Queda un trozo de playa de cantos rodados. En verano, hay bañistas que desafían el cierre y que hacen caso omiso a los carteles que avisan de que aquí existe un gran riesgo de desprendimiento. Este año se colocó la barrera en el inicio de la calle que lleva hasta la cala. Se obligaba a caminar más de dos kilómetros. Eso disuadió a los asiduos de esta cala.

Hace unos años que se clausurara una cala por desprendimientos era una excepción. Ahora la Marina Alta ha perdido cuatro de los tramos litorales que más apreciaban los bañistas que rehuyen el bullicio de las playas. La colocación de redes de acero y la opción de usar hormigón en escaleras o pequeños miradores (el destrozado del Tangó) no funcionan. El mar y la erosión también socavan la costa ciclópea de la Marina Alta.